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Los días siguientes luego de salir del hospital, fueron los mejores de aquel año, sin duda.

Gracias a mi pequeño incidente, al grupo que habíamos formado se nos exoneró de aquel examen, de modo que libres de tener que estudiar, utilizamos aquel tiempo en ayudar a Angelika con la mudanza a nuestra casa. Muchas cosas las trasladamos en mi coche, mayoritariamente ropa y libros, para lo demás tuvimos que contratar un camión pequeño y así, en no más de un día ella ya estaba instalada junto a nosotros.

La primera noche cenamos liviano, nos conformamos con ordenar por teléfono una pizza y una botella de gaseosa de limón, estábamos tan cansados con el ajetreo del día que solo queríamos comer y dormir. Angelika fue la primera en darse una ducha ni bien terminó de cenar, mientras yo me dedicaba a ordenar las últimas cajas desparramadas por el suelo del living. Al terminar, me avisó desde la barandilla de la escalera que el baño estaba desocupado, así que subí presuroso. Tommy hacía buen rato que ya estaba dormido, y como su habitación quedaba a la mitad del pasillo, además de que tenía el sueño pesado como roble, no había temor en despertarle con mis zancadas. Angelika estaba acostada, leyendo un libro con la veladora encendida, viéndome elegir la ropa limpia de mi placar.

—Vaya día, ¿no te parece? —me comentó, con una sonrisa.

—Lo sé. ¿Estás feliz?

—¿Que si estoy feliz? ¡Estoy radiante, Alex! Aquí, contigo, no puedo pedir más. Me siento una mujer realizada.

—Me alegro por ello —sonreí. Me acerqué al borde de la cama para darle un beso y respirar el perfume de su cabello recién lavado, y rápidamente me metí en el baño con una toalla bajo el brazo.

Permanecí más de la cuenta bajo la ducha, hasta agotar el agua caliente, y al terminar, me sequé con rapidez, observándome al espejo con atención. Me habían dicho que no necesitaría operación en el tabique de mi nariz, ya que los huesos se habían unido de forma correcta, y también me observé el brazo izquierdo, donde aún conservaba las suturas de las puñaladas. Con cierto aire de congoja al ver las puntas de mis ennegrecidos hilos en el brazo, comencé a vestirme rápidamente y salí del baño solamente con mis boxers.

Sin perder el tiempo me metí bajo las sábanas estirando un brazo para apagar la luz de la veladora. Ella dejó el libro a un lado, mirándome entre las sombras con expresión incrédula.

—¡Ey, estaba leyendo! —exclamó, con tono bromista. Yo le tomé el libro de las manos, y lo dejé encima de su mesa de noche.

—Deja el libro a un lado, hazme el favor, hoy no lo necesitas.

En el silencio de la habitación ambos nos abrazamos, y acariciando su rostro a tientas, la besé por largo tiempo y despacio, y justo en el momento en que sentí que su respiración comenzaba a acelerarse, pude notar la palma de sus manos en mi pecho.

—Espera, Alex, tengo que decirte algo —susurró, sobre mi boca.

—¿Qué pasa?

—¿Estaremos haciendo lo correcto?

—¿A qué te refieres? —pregunté, sin entender.

—Quiero decir, nos conocemos, sí. Pero tampoco nos conocemos lo suficiente como para que yo viva en tu casa, ¿qué pasa si mis manías no te gustan, o a mí las tuyas, y no nos entendemos con la rutina diaria? No quiero pelear contigo.

—Eso no va a pasar, ya lo verás —respondí, dándole cortos besos en los labios a medida que hablaba—. Tengo fe en ti, y en mí. Esto es algo que siempre quise desde que te vi. Además, creo que ya es un poco tarde para arrepentirse, señorita Steinningard.

Cuando el Mal viste de hombreWhere stories live. Discover now