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Los tres días siguientes Lisey durmió mucho más de la cuenta, quizá por el estrés que había comenzado a liberar progresivamente al sentirse mucho más tranquila en compañía de Daniel. Él, por su parte, era un hombre muy meticuloso en sus tradiciones. Por la mañana hacia sus oraciones ni bien despertar, luego preparaba el café, y se sentaba frente a la ventana del living a leer la Biblia mientras desayunaba. Lisey despertaba mucho más tarde que él, se daban los buenos días y ella era quien preparaba el almuerzo para ambos. Por la tarde, Daniel salía a partir leña para la estufa, y a su vez Lisey se maravillaba viéndole manipular el hacha con gran destreza, a pesar de su edad.

Habían conversado muchísimo sobre temas religiosos, Daniel le preguntaba bastante sobre cómo era el cielo, que había allí, luego como era el infierno, como eran los castigos, y Lisey se había explayado mucho en sus descripciones, a pesar de que muchas veces Daniel se horrorizaba con lo que oía. Sin embargo, a Lisey le gustaba hablar con él.

Aquella mañana, Daniel había preparado el coche para el largo viaje que les esperaba. Había cargado poco equipaje, tan solo algunas cuantas prendas de ropa, su Biblia y su alzacuello blanco. Le había cambiado la manguera del radiador al vehículo, que siempre daba problemas cuando se recalentaba, también le había colocado las cubiertas de repuesto que tenía para viajes largos. Se había aprovisionado con alimentos enlatados, varias botellas de agua para el camino, había llenado el tanque y cambiado el aceite a nuevo.

Al mediodía emprendieron el viaje a Nueva York, tenían muchísimo tiempo por delante, y aunque Lisey se había mostrado expectante y ansiosa en las primeras seis horas de viaje, al caer la tarde se encontraba mucho más tranquila y alivianada por el adormecimiento del coche. Si bien era un vehículo antiguo, se deslizaba dócil por la carretera, señal de que había sido bien cuidado durante toda su vida útil. Daniel conducía a no más de cien kilómetros por hora, y la radio transmitía una balada country muy romántica, la cual el canturreaba entre dientes.

—¿Crees que podremos llegar a tiempo a la mansión, antes que Tommy? —preguntó Lisey, por tercera vez.

—No lo sabremos hasta no llegar, tampoco podremos saber si tu chico está ahí, o está en otro lado —Lisey asintió con la cabeza, y siguió mirando a través del cristal.

—Gracias por ayudarme —dijo, sin girar a mirarlo—. Sé que lo he dicho muchas veces en estos días y puedo sonar un poco pesada, pero no todo el mundo actúa como tú lo has hecho conmigo.

—No te preocupes —respondió Daniel—. ¿Sabes? He pensado en algo, dado que tú no tienes lugar adonde ir, y yo no tengo nada más que hacer que continuar evangelizando personas.

—Dime.

—Podemos trabajar en equipo, si te parece bien. Tú no tienes familia de sangre y no tienes más que a Tommy, el cual espero que puedas recuperarlo, obviamente. Pero en caso de que no sea así, no me gustaría que andes sola por la vida a tu suerte, sin conocer nada del mundo —dijo él, sin apartar los ojos de la solitaria carretera desértica que tenía por delante—. Los hombres son malos, y hay quienes se abusarán de ti si no andas con cuidado. Sé que no estas obligada a aceptar esto, pero eres la prueba viviente de que Dios y Satán existen, y tu testimonio ciertamente podría avivar la fe de muchísimas personas.

—¿Me estás proponiendo de trabajar contigo en la capilla?

—Solo en caso de que no recuperes a tu compañero, y si así lo deseas, claro. Me gustaría que trabajemos juntos por el bien de los demás, además yo estoy viejo y mis fuerzas cada día son menores. Me gustaría tener una buena amiga con quien compartir mis prédicas. Y estoy seguro que si las personas escuchan tu palabra, se convertirán enseguida. Quiero que continúes con mi camino, el día que ya no esté.

Cuando el Mal viste de hombreWhere stories live. Discover now