Hice caso a miso a la voz espantada de mi madre. Sostuve mi vestido con mis manos mientras corría con todas mis fuerzas adentrándome a la profunda oscuridad del bosque de las hojas rojas, rasguñándome una que otra vez con las ramas sueltas de los árboles.
Algo que nunca me llegué a imaginar acaba de suceder y al saberlo sentí el impulso que salir corriendo y desaparecer en las penumbras de este lugar.
No lloraba por ello, tampoco me sentía mal, de hecho, una sonrisa alegre relucía en mis labios, no había una noticia más aliviadora que saber que mi reinado ha terminado sin siquiera haber empezado.
Finalmente era libre.
Levanté la mirada hacia arriba observando el cielo estrellado sobre mí, la poca luz nocturna hacia sombra de las ramas, los altos arboles rojos se alzaban con elegancia dando un aspecto deslumbrante al bosque.
Aún con la mirada hacia arriba cerré mis ojos, di vueltas haciendo girar mi vestido y a la vez dando brincos de felicidad, me enfoque en expresar mi libertad de todas las maneras posible, pateando las hojas rojizas que descansaban en el suelo, gritando y riendo como nunca lo había hecho.
Me arrodille haciendo volar las hojas por la corriente de arie que exhalo mi vestido. Note como una pequeña montañita de hojas se removían y de esta salía Prim, la pequeña figura de corazón blanco que reinaba en mi cabeza y que solo yo era capaz de ver y escuchar.
Su sonrisa dibujada era tan grande como la mía.
—«¡Somos libres!»
Exclamó con su dulce vocecita.
—¡Sí!
Giró muchas veces a la vez que su color blanco se hacía brillante de forma palpitante indicando lo feliz que estaba.
Un ruido proveniente de las ramas altas llamo nuestra atención, Prim se asustó y sin previo aviso desapareció haciéndose humo; la sonrisa en mi rostro se borró y confusa me puse de pie con la vista puesta en el lugar del que provenía el ruido.
Pensé en darme la vuelta y regresar al palacio, pero antes si quiera de poder ejecutar mi acción pensada, algo descendió con rapidez frente a mi dejándome helada; un cuerpo con una presencia escalofriante y fría, tan solo podía ver esos ojos verdes y helados, eran tan hipnotizantes, no podía moverme, inexplicablemente había perdido todo el control de mi cuerpo. El tacto frío de su mano rozo mi mejilla moviéndose entre mi cuello y mi nuca, ladeando mi cabeza en contra de mi voluntad y lentamente acercándose hasta rozar sus helados labios en la piel descubierta de mi cuello.
Aprete mis ojos horrorizada aun sin poder mover alguna de mis extremidades.
Sentí algo filoso y puntiagudo presionarse sobre mi piel, pero se detuvo en cuanto se escucharon voces y pasos cerca.
Se alejo y miró mis ojos fijamente sin ninguna expresión marcada, me soltó y sin visualizarlo claramente se esfumo, en menos de un segundo ya estaba sola otre vez, pero con el pulso extremadamente acelerado y las piernas tan flojas que caí al suelo, estaba tan asustada que mi respiración era casi nula y todo mi cuerpo estaba flaqueado.
