Struggling his stuff in the street.

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Las luces rojas y doradas iluminan aquel escenario tan extravagante, su asiento en primera fila le permitía observar todo a detalle. Entonces, aquella voz anunció.

—¡Con ustedes, Lady Marmalade!— Los aplausos se oían lejanos pues su atención estaba concentrada en aquellas blancas piernas que se asomaron al escenario. Ahora, vestía un pequeño corsé rojo, sus pequeños senos eran apenas cubiertas

Dio un coqueto guiño al público, caminando al centro del escenario comenzó a bailar moviendo sus caderas, acariciando su cuerpo. Uno de los ligueros que sostenía sus medias fue quitado dejando que su pierna fuera aún mas visible.

Cayendo suavemente al piso, gateó seductora hasta estar frente a él. La sombra en su escote fue más notoria, y él, deseoso de ver más de inclinó en su asiento.

Ella, astuta, sabía la reacción que provocaba en los hombres. Gateó hasta estar al borde del escenario, estaba tan cerca de él que podía apreciar el aroma a dulces fresas que emanaba.

Alzó su rostro para poder verle mejor, sus mejillas estaban sonrojadas por el movimiento, Marmalade bajó su rostro y pudo sentir su aliento, colocándose a su lado, pudo sentir esos carnosos labios en su mejilla, no le besaron más sin embargo pudo escuchar nuevamente aquella aterciopelada voz.

—¿Quieres probar, Joseph?— Fue murmurado en su oído, dio un beso en su mejilla y después se alejó. Joseph contempló como la parte trasera del corsé apretaba su cintura resaltando su trasero, sintió babear ante aquella vista.

Ahora había una silla en el centro del escenario, sentándose en ella Marmalade retiró el otro liguero, sus pálidas y suaves piernas eran completamente visibles ahora. Comenzó a jugar con el nudo en su corsé,  desatándolo su vista fue directamente ahí.

Lentamente reveló su espalda, y, quitando el listón por completo, el corsé cayó de su pecho. De espaldas, solo podía ver la sombra de sus senos, pero aún así fue suficiente para causarle la locura de querer poseer a esa mujer.

—Joseph, Joseph.— Algo sacudió su hombro, y así, todo el escenario se comenzó a desmoronar.

Entonces se dió cuenta de que todo había sido un sueño. Había tenido un sueño húmedo como si de un adolescente se tratara.

Se dió cuenta de que Suzie fue quien le había despertado, su cara aún somnolienta.

—Cariño, tu alarma no deja de sonar y tú no la oías.— Le dijo, y así volvió a dormirse.

Su respiración estaba acelerada, aún podía sentir los labios de Marmalade en su mejilla. En sus pantalones de pijama, aquel bulto le recordaba lo sucedido.

Levantándose de la cama, se dirigió a tomar una ducha fría. Tenía años que no necesitaba tomar una por ese motivo en especial.

Pero por más que intentaba distraerse aquel sueño seguía persiguiendole.

Nuevamente su mente viajo en aquellos recuerdos, se imaginaba pasando las manos por aquel esbelto cuerpo, podía recrear la textura de sus labios, llevando la mano a su miembro, le imaginó arrodillada a él.

Imaginó a su lengua jugando con la punta, sus labios rojos le chuparian como a una paleta, sus manos jugarían con sus bolas.

El punto cúspide llegó cuando imaginó a aquellos ojos verdes mirándole a través de las pestañas mientras succionaba su miembro, imaginar su rostro manchado de su semilla le llevó al límite. Un gemido ronco salió de su garganta.

Respirando agitadamente se recuperó de aquel orgasmo, tenía años que no lograba correrse tan rápido, nuevamente, se sintió como un adolescente inexperto.

Cuando la bruma de placer bajó de su cabeza, fue enteramente consciente de lo que acababa de hacer. Pues dentro de los matices de la fidelidad, el acaba de romper aquel juramento de no mirar a otra mujer con ojos de deseo.

La culpa invadió su ser, pues sabía perfectamente que su esposa no merecía eso. Terminando su ducha bajo aquella helada agua salió con el remordimiento pesando en su cabeza.

Cuando llegó a su oficina, Mariah ya le esperaba con la agenda para el día.

—Cancela todos mis compromisos, hoy realizaré algunas planeaciones privadas.— Era una vil y barata mentira, pero hoy no se sentía lo suficientemente concentrado para lidiar con sus negocios.

—Sí, señor.— La secretaria tomó asiento y comenzó a realizar las llamadas necesarias.

Encerrándose en su oficina, se dedicó a hundirse en la culpa por seguir deseando a una mujer que solo había visto una vez.

Se hundió en la culpa de que a pesar de ser inmoral lo que quería tenía la necesidad de poseerlo.

—•—
Pobre Joseph.

Lady Marmalade «Josecae»Where stories live. Discover now