El mensaje de las orquídeas

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*Gineceo: Espacios designados para las esposas e hijas en la antigua Grecia. Un concepto menos poligamico de lo que vendría siendo un harem.

Marinette últimamente se sentía flotando, era fácil encontrarla con una sonrisa en el rostro

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Marinette últimamente se sentía flotando, era fácil encontrarla con una sonrisa en el rostro. Las doncellas del pueblo susurraban teorías, los hombres la miraban con cierto desprecio; pero Marinette los dejaba pasar como si sólo fueran caricias de una brisa en una tarde de otoño.

Él la besó, y todo fue perfecto; su mundo se había vuelto idílico. No había temores, no existía todo el caos en el que solía vivir, sólo era ella entregándose a un hombre del que estaba enamorada, y viceversa, un simple joven enamorado entregándose a ella. Los términos de divinidad, mortalidad y jerarquías quedaron atrás; sólo fue la simplicidad de un beso y su complejidad a la vez.

—Joven Marinette; se habla en el pueblo de que tú no haces más que actuar.— el corazón se le detuvo al escuchar la voz de aquel hombre. Se le había olvidado que estaba en una audiencia con un profeta.— Hasta ahora no hay prueba de que el dios ye haya tocado, ni ha mandado algún mensaje de proclamarte suya. Se cree tú no haces más que desaparecer las horas que dice estar con él usando la excusa de que no puede ser seguida para no invadir la privacidad del dios. Un profeta sugirió la idea de que en realidad fuiste rechazada desde un inicio, y por eso las condiciones de, suelo aún no han mostrado mejorías.

Una mujer rubia que estaba ahí presionó sobre el brazo de Marinette hasta tirarla hacia el suelo. Sus rodillas, podía sentir un ligero ardor sobre ellas. Alzó la mirada, el hombre la veía como un vil lastre, incluso podrías hallar más cariño de un cazador viendo al cadáver de su presa.

—Aunque existe un poderoso Macedonio que es un hombre piadoso, en realidad.— se inclinó frente a ella y con un dedo alzó el mentón de la fémina.— Eres una mujer bonita, demasiado...— el hombre se relamió los labios mientras retozaba su vista en los de ella. Se sintió sucia, débil, atrapada.— y además pura.— ¿Cómo se le pudo olvidar lo insignificante que en realidad era? No quería seguir viéndolo a los ojos, no quería seguir presenciando sus miradas lujuriosas sobre ella.

Al cerrar los ojos lo evocó, viéndola con esa ternura que él sólo sabía ¿Por qué un dios con tanto poder y majestuosidad la veía como si el mundo entero fuera ella? ¿Por qué la hacía sentir como si en realidad sí fuera merecedora de esas miradas, cuando la verdad es que no era más que este vil lastre?

—Descuida, yo no te haré ningún daño.— susurró con su asqueroso aliento sobre su oido. Apretó los párpados molesta consigo misma.

—¡Déjela!— gritó Luka mirando la escena sintiéndose impotente, luchando contra aquellos dos hombres que lo sujetaban. Casi podía sentir las lágrimas venir de la impotencia. Rogar a los dioses era inútil, se supone que el idiota de Adrien la protegería y sin embargo aún se seguía encontrando con estas escenas. El hombre regresó a verlo con una pequeña sonrisa y después nuevamente la miró a ella.

—A pesar de ser el regalo desechado de un dios, ese hombre te ha pedido para que vivas en su gineceo. Sí que fuiste bendecida por los dioses.

Sintió todo nublarse a su alrededor: todas esas tardes en el campo con Luka, las agradables mañanas con Alya viendo a la distancia a Nino, esos labios cariñosos consumiéndola.

Quizás era cierto, sólo había nacido para eso; ser producto de deseo, jadear con intensidad cuando en realidad no sentía nada, venerar y complacer a un hombre que no la veía más que como un objeto de entretenimiento.

—Aunque tal vez el emperador no note si...

—¡Mi señor!— llegó un joven sirviente a interrumpir la escena. La atención del profeta se desvió hacia él: castaño, ojos color miel, manchas por el sol, fornido, con marcas de guerra en el brazo.— El dios ha enviado un mensaje.— el hombre de cualquier forma regresó su mirada a Marinette.— Es urgente que lo vea.— por fin apretó sus ojos molesto y se levantó para encaminarse hacia el muchacho. Marinette por fin soltó aire, no se había dado cuenta siquiera que lo estaba sosteniendo.

—Bien, llévenme ahí.

—Ahora mismo dos de sus hombres lo llevarán.— el profeta salió de la habitación mientras que el joven permaneció ahí, viendo con desprecio a la mujer que había aventado al suelo a Marinette.— Ondine.— ordenó a otra joven que estaba unos pasos atrás de la rubia.— Ayuda a la chica: lo que menos queremos es que el dios desate su furia sobre nosotros otra vez, busca si el señor de la casa no dejó algún golpe sobre ella.— después alzó su vista hacia Luka, quien admiraba la escena atónito, ya sin luchar, solamente confundido.— Suéltenlo y déjenlo ir, ustedes serán los encargados de escoltar a la ofrenda devuelta a su casa.— los hombres asintieron y soltaron en seguida a Luka.

Regresó su mirada hacia Marinette preocupado, no podía dejarla ahí, no después de lo que vio.

—Ella estará bien, te doy mi palabra; ahora vete.— aquel chico era casi tan joven como él, sino es que lo era más; pero sus facciones eran frías, su forma de hablar y actuar era mucho más adulta, su mirada era difícil de descifrar. No sólo su cuerpo estaba marcado por la guerra, supuso.

—Está será otra de sus mentiras, seguro se la arregló con alguno de sus amigos.— enunciaba con desprecio la rubia mientras veía como Ondine recogía a Marinette del suelo con dulzura.

—Dudar de la palabra de un dios; sin duda das asco, Aurore.— respondió Kim a la mujer del profeta. Luka seguía sin entender eso y el atrevimiento de aquel joven, pero era más que evidente que él tenía más controlado ese lugar que el mismo "señor de la casa". Se fue, intentando confiar en la palabra de ese sujeto.

Pensó en esperar a Marinette en las afueras de aquel lugar, pero al escuchar susurros entre los pueblerinos lo carcomió la curiosidad. Al parecer el dios no había dejado un mensaje discreto, todos en el sitio se habían enterado y corrían apurados hacia el sitio.

Cuando llegó pudo notar a lo que se refería con "el mensaje". Halló al profeta ahí cómo creyó.

En cada borde de la casa de Marinette crecía una orquídea, lucía paracitario el cómo la rodeaban, de distintos colores cada una, lo que más sorpréndete volvía esto es que el suelo supuestamente seguía "infertil", pero todo suelo que rodeaba esa casa estaba infestado de esas flores. Sintió un cosquilleo, más de terror que de otra cosa: ese sólo era un pequeño mensaje de aquel dios para recordarles a todos ahí que ella era suya.

¿Qué le haría cuando se enterara sobre sus sentimientos hacia ella?

¿Ella se sentía feliz a su lado?

Alzó la mirada: a lo lejos, en el cadáver de aquel bosque, una joven rubia observaba la escena, aunque por la distancia no podría describir bien lo que vio en su mirada. Finalmente desapareció sin percatarse que él la había visto.


"No eres más que una ninfa". Se repitió a sí misma. "Verlo feliz es un deber que te debe hacer feliz"

—Chloe.— abrió los ojos sorprendida. Regresó su vista. Adrien la estaba viendo con una pequeña sonrisa.— Gracias, en serio.— a penas pudo pasar saliva.— ¿Cómo hiciste que esas flores...

—No es problema, tengo mis conocidos.— "no suenes triste, Chloe, por favor, él no debe saber cómo te sientes.".— Me alegra que por fin hayas encontrado una chica para ti.— Plagg estaba junto a él, quien también asintió en señal de que había hecho lo correcto. Cuanto lo odio en ese momento. Adrien estaba repleto de enojo, saber que un Macedonio había propuesto a Marinette unirla a su gineceo hizo su interior hervir. Lucía apasionado, que bien le sentaba eso. Se relamió los labios.

Aún le quedaba la pequeña esperanza de que esto no fuera más que un capricho pasajero.

She's mine (Greek AU Marichat)Where stories live. Discover now