2. Magia

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-¿Y dónde estoy, si es que puedes decirme?

-Guayaquil –responde con una sonrisa chiquita.

-¿Pero dónde queda eso?

-En Ecuador –y ríe por la obviedad. Ella lo mira de reojo y se muerde el labio- estamos a cuatrocientos veinte kilómetros al Sudeste de Quito

-Gracias por el dato. Ahora... ¿Vas a seguir riéndote más tiempo de mí, o qué? –y él repite su carcajada típica. Es que ella es toda una fuente de humor.

|| Tal vez parece que me pierdo en el camino
Pero me guía la intuición
Nada me importa más que hacer el recorrido
Más que saber a donde voy.||

Una pensión le dio la bienvenida a Sophie cuando atravesó por esa puerta de madera y se encontró con un patio grande donde algunas personas descansaban sentadas en los rincones, tomando algo y disfrutando de la madrugada que recién estaba comenzando. Emi los saludó, dando indicio a que ya los conocía. Varias habitaciones a su alrededor, un baño para compartir igual que la cocina, lo suficientemente amplia como para que los hospedados puedan sentirse cómodos. A Sophie le gusta el lugar. Le gustan los colores, la simpatía de la gente y ese aire diferente que nunca tuvo la oportunidad de respirar.

-¿Ya comiste? –Emi pregunta, ayudándola con los bolsos.

-Sí, algo en el avión. ¿Dónde iría a dormir, yo?

-Supongo que esa habitación está vacía –señala la puerta de madera verde oscura que está situada a un costado del baño.

Sophie no responde, prefiere ir directamente a ella para dar ingreso y tirarse de una buena vez en la cama. Está cansada, sus pies duelen y el sueño la vence. Arrastra su valija con ruedas detrás de sí y baja el picaporte de la misma. El único problema es que, cuando abre la puerta, sus ojos se agrandan al visualizar a dos muchachos besándose. La cierra fuertemente, logrando un estruendoso impacto y sintiendo el cuerpo transpirado.

-¿Qué pasó? –Emi se asusta.

-Es... estaba ocupado. Había dos tipos a punto de... –lo dice despacio, como si fuera un pecado capital. Él ríe por sus facciones que solo emanan sorpresa.

-Ah, sí, entonces éste cuarto es el de Bruno. Perdón, me equivoqué –Sophie continúa respirando anormalmente- Hey, tranquila, ellos tampoco muerden

-No, es que... fue fuerte. Mucho impacto ¿Ocurre muy seguido este tipo de cosas acá dentro? ¿Me trajiste con algún propósito en particular? –se cruza de brazos y achina sus ojos al mirarlo.

-No veo cual sea el problema, es parte de la vida –Emi da media vuelta para retomar otro trayecto. Sube al primer escalón de la escalera de material donde, al final de la misma, hay una puerta-

El cuarto en el cual Sophie se hospedará por la cantidad de noches que ella desee, es chico. Cuatro paredes de material y algo malgastadas que demuestran sus años bien (o mal) llevados. Una cama con un colchón ni tan fino ni tan grueso, en un rincón. Un chiffonnier que es útil para guardar la ropa y, encima del mismo, un pequeño televisor negro que sabrá sacarle jugo y disfrutarlo.

Suspira.

Estando en aquel lugar y observando por esa ventana sin rejas, ve un cielo que siente no pertenecerle. Sabe que no le corresponde. Que ese no es su lugar, pero también quiere adueñárselo. Sophie es contradictoria por naturaleza. Una persona que se juega por el sí, cuando piensa que es un no. Pero sabe que lo último que se pierde no es la esperanza, sino el valor. El valor por jugársela. El valor por huir porque su mente y corazón no aguantarían mucho más.

AbracadabraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora