Prólogo

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Un día para otro estás en tu cama y no sabes qué hacer. Te levantas, escuchas a tu madre gritarte desde el primer piso de que el desayuno está listo y que estás llegando tarde a tu primer día de clases. Claro, sabes qué hacer con respecto levantarte, lavarte los dientes pero despiertas como si algo no estuviera en su lugar y no sabes qué hacer con tus sentimientos pero ignoras esa sensación.
Es 1999, tú madre enciende la radio con tal de iniciar bien el día porque se te ocurrió la grandiosa idea de antes que te vayas a dormir abrazarla como nunca habías hecho antes. Te topas con tu abuelo, lo saludas. Tienes suerte de tenerlo allí después de pedir un día de descanso por todo el trabajo que ha tenido con tal de esmerarse a llevarte a tu primer día como si fueses un niño en su primer año de preparatoria.

–Con calma, no hablaba en serio. No quiero que te atragantes.

No le haces caso a tu madre y, sin embargo, le sonríes con tal de hacerle saber que todo está bien. La abrazas antes de despedirte, tu abuelo te acompaña. Caminan tranquilos, no tienes ningún apuro ya que vas a tiempo a tu primer día y te relajas charlando de chistes que solo dan gracia por lo anticuados que son. Llegas a la entrada de la secundaria y te despides tu abuelo. Una vez que entras algo te detiene porque te tapan los ojos y tu sonríes.

–Adivina quién soy –dice esa voz que con tan solo escucharla sientes que tu corazón saldrá de tu pecho.

Claro que le aciertas al nombre, claro que lo haces sonreír. Eres un adolescente a unos meses cumplir 16 años y enamorado de otro adolescente. Te das media vuelta con tal de abrazarlo pero a penas lo logras porque te quedas embobado mirando sus ojos.

–¿Qué? –te cuestiona, confuso y algo incómodo.

–Nada –contestas sonriente.

No haces nada, te ahorras la idea de plantarle un beso porque sabes lo poco que atina pero aún así lo quieres. Él te sigue, después de todo demostrar ese tipo de emociones en especial en un lugar, en un año, en el momento erróneo en que aún no aceptan que el amor es libertad.

–¿Me dejas sentarme al lado tuyo?

–Okuyasu, ya te dije que si nos sentamos juntos otra vez el profesor no va a regañar una vez más y llamarán a nuestros padres.

Él te hace un puchero y en respuesta le tomas la mano para calmar su enojo innecesario. Sabes que es infantil y eso te gusta de él aunque en el fondo deseas que te comprenda.

Tú sabes que tus padres te regañarán aunque tu padre se reirá más de ti por más que tú madre esté furiosa contigo siendo tu padre quien la consuele diciendo que son jóvenes, que debe dejarlos vivir el amor en la forma que quieran, que le faltan un montón de errores del cual aprender. Esos errores del que tú eres parte. Tu padre si divorció de su anterior pareja al asumir la infidelidad que cometió con tu madre tras el acto que consumaron, terminando por tenerte a ti y en una boda casi forzada por la visión de tu padre de ver el amor y la responsabilidad de una familia. A pesar de tener más edad que tú abuelo se ve joven por el extraño entrenamiento mediante la respiración que te había mencionado años atrás que de seguro ya olvidaste por todas las locas historias que te ha contado.

Ese día verías a tu padre nuevamente en casa por el viaje que ha estado dando por el trabajo en que está. Vagas por tu mente el lindo reencuentro que tendrás que tu padre hasta que tu novio te detiene al separar su mano de la tuya. Ya llegaste al umbral del salón de clases.

–A mi tampoco me gusta hacer esto –dice apenado– pero si es esto a qué nos griten "maricas" y termine mal todo esto, lo entiendo.

Le sonríes. Tu sonrisa lo irradia tanto que se sonroja devolviéndote una torpe sonrisa que termina por tapar con ternura frente a ti, evadiendo miradas y tapándose con una mano. Él camina frente a ti y toma asiento en algún lugar aleatorio de la sala mientras que tus simplemente lo sigues te diriges a sentarte a la misma fila que él. Escuchas el timbre, la bulla de la sala cesa por completo y entra el profesor anunciando la bienvenida a las clases de ese primer trimestre. Te inquietas de tantas clases que tendrás en el día pero recuerdas la promesa que hiciste antes que iniciara las clases pero que tenía que ver con el primer día, miras de reojo a tu pareja y esperas a que toque el timbre para dar por finalizado la jornada escolar. Una vez que suena te puedes retirar y eso significa ir directo al baño, finges que te lavas las manos y miras de reojo el espejo hasta ver a quién esperas entrar a una caseta del baño, una vez que eso sucede entras con él sin que nadie te mire. Están solos en ese baño.

NiégameloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora