S I E T E

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Mientras caminaba a la plaza con Winnie a mi lado, todo el peso de mis palabras me cayeron encima, no por lo que le había dicho ese día, sino por lo que había dicho los días anteriores, Andrés no merecía pagar mis frustraciones, yo lo sabía y lo r...

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Mientras caminaba a la plaza con Winnie a mi lado, todo el peso de mis palabras me cayeron encima, no por lo que le había dicho ese día, sino por lo que había dicho los días anteriores, Andrés no merecía pagar mis frustraciones, yo lo sabía y lo reconocía.

Lo que más me pesaba de hablar con él y explicarle el significado de terminar con esto y mandar todo a la mierda, no era decirle que no me refería a la relación, sino a terminar con mi vida. Me daba vergüenza reconocer que durante esos días lo único que rondaba por mi mente era el suicidio y que nuestras peleas solo me orillaban a ello.

Sabía que estaba mal que me recostara de él para intentar estar bien, pero sentía que sola no podía, o quizá simplemente no quería seguir intentando sola.

Cada vez que hacía un recuento de todo lo que estaba pasando y todo lo que había pasado, sólo pensaba ¿porqué mierda me pasa todo eso a mi? Mami solía decir que Dios le daba sus mejores batallas a sus guerreros más fuertes.

Sin buscar ofender a nadie con esto, en lo personal dejé de creer en Dios, por muchos años fui católica practicante, hice estudio bíblico y fui militante de varios grupos juveniles de la iglesia.

Quizá por haber estudiado tanto las religiones, sus historias y todo lo que conlleva, es que me fui saliendo de dicho mundo. No creía en la iglesia o en las religiones, ni en el nombre que le habían dado a ese ente supremo que gobernaba el ¿destino? No lo sé.

Prefería creer en el universo y en la fuerza superior a nosotros, sin caer en nombres, ni fanatismos.

Es por ello que pensaba ¿qué karma estaba pagando? No lo sé, quizá en otra vida fui Hitler -sarcasmo-.

Llegué a la plaza y me senté frente al monumento de San Martín, Winnie salió corriendo a jugar con unos perros y yo me quedé con la vista perdida en cualquier lado, pensando mil cosas por minuto.

Tenía una migraña punzante desde hacía días que no se me quitaba con nada.

Pudieron haber pasado horas o segundos, no lo sé, cuando sentí que alguien se sentó a mi lado.

Supe que era él por el perfume, a Canela, inconfundible.

—¿Cómo estás? —Lo escuché preguntar.

Cerré los ojos y suspiré antes de girar la cara y mirarlo.

Llevaba abrigo un rojo con su pantalón deportivo negro, despeinado y con la barba descuidada.

—Hecha mierda.

Él sonrió de lado y asintió sin decir nada, ambos miramos a Winnie jugar, sin darse cuenta de que él estaba allí.

—¿Quieres hablar aquí o en otro lado? —Preguntó nervioso.

—En donde sea, da igual —me encogí de hombros.

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