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¡Hola! Éste es mi segundo fic sobre la pareja de "La vieja guardia" JoexNicky, y en esta ocasión bastante más largo y dividido en 4 capítulos, que iré subiendo conforme los termine de corregir. Espero que os resulte IC y que la ambientación medieval sea convincente. Es una época que pude estudiar con algo de profundidad durante la Universidad, ¡espero que haya servido de algo!
Al final encontraréis algunas notas aclaratorias. Si llegáis hasta allí, mil gracias por leerme. Si me dejáis un comentario me ayudaréis a saber si estoy haciéndolo correctamente con esta pairing y me dará ánimos para escribir más sobre ellos. Su relación me encanta y me gustaría conocer a más gente del fandom en castellano.
De nuevo, gracias por vuestro apoyo. ¡Espero que os guste!

P.S.: Dedicado a reife_ por ser la primera persona en darme feedback ♡

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Sitio de Jerusalén. Primera Cruzada (julio del Año del Señor de 1099).

Las murallas bizantinas de la inexpugnable ciudadela selyúcida les observan desde su imponente altura, apenas intimidadas por las máquinas de asedio de las hordas cristianas. Un sol inclemente cae sobre ellos como una lluvia abrasadora que apenas les permite respirar. El sonido metálico de miles de armas entrechocando hace rato que dejó de oírse: en el campo de batalla sólo quedan ellos en pie. Las monturas de ambos enemigos yacen en el suelo cubiertas de moscas; les han dado muerte en el primer asalto, eliminando la posibilidad de un ataque ventajoso a caballo, o la huida.

Aquel mahometano y aquel cristiano siguen, no obstante, con las espadas en ristre. Inmunes a la garra inmisericorde de la Muerte que, sin éxito, trata de arrastrarlos a sus dominios una y otra vez.

Los dos están cubiertos de mucha más sangre de la que es capaz de perder una persona sin fallecer; cada surco de un tono diferente de bermejo es la prueba de cada vez que se han enfrentado en combate singular, como los héroes antiguos. Un fuerte olor a cobre y a sudor impregna la atmósfera. Del turbante que cubre desde la cabeza hasta el pecho al muyahidín no queda ni rastro del blanco que le caracteriza; el italiano exhibe una cruz roja rudimentariamente pintada sobre el tabardo, pero ya apenas es distinguible.

En la mente de ambos resuena la misma pregunta.

"¿Por qué tú tampoco puedes morir, maldita sea?"

Una manera curiosa de plantear la problemática, ciertamente.

El sarraceno frena el impacto de la espada con su escudo, pero el mandoble es tan pesado que el formidable golpe le hace hincar la rodilla en tierra. El arma del cristiano está hecha para golpear con brutalidad; la suya, para atravesar y cortar.

El cruzado arroja su yelmo contra el suelo, levantando una nube de arena caliente. El corazón le late despavorido en el pecho. La cota de malla y la sobrevesta empapada de sudor le asfixian, pero no vacila en volver a cargar. El mandoble le obliga a usar las dos manos, así que el escudo con el que podría tratar de amortiguar cada estocada yace, olvidado, en alguna parte de aquella masacre.

¿Por qué se burlaba Dios de ellos?, ¿qué clase de danza macabra era aquella lucha sin fin, que revertía el orden natural de la propia Creación divina?

Esta vez sí le espera el sarraceno con la cimitarra preparada, y el choque entre ambos les arroja al suelo. El italiano ahoga un gemido gutural: la espada curva del otro hombre le penetra por la espalda, y lo que es peor, éste ha conseguido, de una patada, apartar de su alcance la suya. En un último esfuerzo, agarra un roca de su lado y con ella machaca el cráneo del mahometano.

Segundos antes de perder la conciencia, alcanza a ver al frany con el rostro surcado de lágrimas, sangre y suciedad. Bajo todo aquello, la confusión, el cansancio y el pesar tiñen de gris sus ojos azules. En ambos hombres, el dolor físico y la Parca parece que han dejado de ser temores que sus miradas reflejen. La boca del cristiano emite un sonido ronco ininteligible, que le rasca la garganta hasta hacerle toser sangre.

El golpe que ha recibido el muyahidín en la cabeza resuena como un zumbido agudo en sus oídos y sus pensamientos se agolpan sin orden ni concierto, hasta que todo a su alrededor se torna negro y la Muerte le reclama, una vez más.

Un último pensamiento ilumina su mente como una revelación mística:

"Se acabó".

Instantes después, su espíritu retorna a su cuerpo (¿o acaso nunca se fue...?), manifestándose con una honda exhalación: la brecha en su cráneo se ha cerrado, y el único testigo de la terrible herida es el charco de sangre todavía fresca deslizándose por entre las grietas de las piedras. A pesar de sentirse todavía algo aturdido, su determinación le hace sacar fuerzas de flaqueza. Si tiene que recaer sobre él trocar el giro de la rueda de la Fortuna, que así sea.

El frany también ha despertado. Y lo primero que llega a distinguir es algo inusitado: la silueta recortada a contraluz de su némesis, tendiéndole la mano. Le lanza una mirada desconfiada, aunque no recula. Aún tiene clavado entre las costillas el sable del sarraceno, lo que muy probablemente acentúa su recelo. La sonrisa cordial de éste acaba convenciéndole de aceptar la mano que le ayuda a incorporarse.

El magrebí posa después esa misma mano sobre su corazón y se inclina suavemente.

—Yusuf al-Kaysani.

El italiano asiente con la mirada perdida en el suelo, evidenciando su esfuerzo por memorizar aquel nombre extranjero. Con un gruñido, se saca la cimitarra del costado y se la devuelve a su dueño como quien hace un gesto cotidiano. Sorbe la sangre que le gotea de la nariz, y el frotarse con la manga no hace más que extender la mancha bermellón por su rostro. Pero le mira a los ojos.

—Nicolò di Genova.

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- Frany: de "franco" (francés), término genérico con el que los musulmanes se referían a los cruzados.
- Sarraceno: término occidental para referirse a los árabes contra los que se combatía en las Cruzadas.
- Muyahidín: musulmán que hace la Yihad, como el cristiano hace la Guerra Santa.
- Me refiero a Yusuf como mahometano porque "musulmán" no se usó hasta varios siglos después.
- Aunque en el cómic parece que Nicolò viste el atuendo distintivo de los templarios, si se conocieron durante la Primera Cruzada esto no es posible ya que la Orden del Temple aún no existía. Los primeros cruzados sencillamente se pintaban de rojo una cruz en la ropa.

In secula seculorumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora