II

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Nicolò no tenía la cultura suficiente como para conocer referencias clásicas a semidioses o seres inmortales como él, como los gigantes hiperbóreos o las gorgonas, con serpientes por cabellos. No sabía ni leer ni escribir; apenas reconocía algunas palabras de uso muy común. Todo lo que sabía se reducía a las Sagradas Escrituras, a lo que los curas se afanaban en inculcarle al vulgo analfabeto, para que vivieran sus días entre el miedo y la conformidad. Aquel estado de ignorancia le llevó a embarcarse en el desastre anunciado de la guerra santa contra la Ley de Mahoma.

Sí había oído hablar, empero, de las extrañas criaturas que poblaban los confines del mundo. De los blemias, con el rostro en el pecho, o los cinocéfalos, de cabeza de perro. ¿Podría ser él otro ser extraordinario, un capricho de Dios cuyo propósito insondable sólo Él conocía? ¿Debía, entonces, encomendarse a los designios divinos y dejar de buscar una justificación de por qué el Altísimo había tenido la irónica ocurrencia de volver inmortales a dos enemigos naturales que, de nuevo, Él mismo había llamado al enfrentamiento en Su nombre? ¿En verdad les quería así, como un ouroboros, la mítica serpiente que se muerde la cola, atrapados en un ciclo eterno de muerte y resurrección, hasta que en la Parusía al fin se les liberara de aquella condena?

El temor al año 1000 seguía acechando el ánimo de todo cristiano, a pesar de ya haber pasado la apocalíptica fecha. Sí, quizás el día del Juicio estaba cerca. Todos los sacerdotes y sabios coincidían en que cosas excepcionales y sin explicación ocurrirían como anuncio de la Segunda Venida de Cristo...

Yusuf, por su parte, era más optimista en sus cavilaciones. Aunque sunní, estaba influenciado por la escuela sufí, la más espiritual del Islam. Su idea de Dios era mucho más abstracta y benévola, así que tenía el convencimiento de que, tras aquella anormalidad que les había poseído, se escondía una enseñanza grande y hermosa. Había algo increíblemente bello en la idea de volver inmortales a dos entes tan dispares, y la poesía implícita en la decisión de que sus caminos confluyeran no podía ser mera obra del Azar; debía entrañar por fuerza un propósito elevado, una misión que Alá les había encomendado. Malgastar aquel don compartido tratando fútilmente de matarse entre ellos se le antojaba, pues, absurdo.

Por ese motivo Yusuf propuso, con su mano tendida al cruzado, una tregua perpetua: el hombre que se había hecho amo y señor de sus sueños no podía perecer bajo su mano.

Con el paso de los días, un nuevo proceso de transformación comenzó a hacerse patente en el pensamiento de ambos. A medida que asumían su nueva naturaleza, las grandes preocupaciones del hombre medieval, burlar un día más a la Muerte y estar en paz con el Altísimo, pasaron a convertirse en trivialidades sin poder para turbar sus ánimos. Prejuicios, dogmas, conflictos bélicos, guerras en nombre de Dios; la temporalidad les desproveía de cualquier viso de trascendencia. Y aprendieron a ver y a atesorar lo verdaderamente importante. A tenor de esto, la guerra santa perdió su sentido, y la exacerbada motivación de ambos hombres se disolvió hasta no dejar rastro. Las Cruzadas se convirtieron en una masacre fanática donde ellos no eran más que peones manejados por unos pocos poderosos, en una guerra cuyo resultado, sea cual fuere, no cambiaría en nada la situación de miseria e ignorancia de la plebe. El "Deus vult", repetido hasta la saciedad, les hacía enarcar la ceja. La semilla de la posibilidad de un cambio en el devenir de la Historia, haciendo uso de su inusitado poder, comenzó a crecer en sus mentes.

Hubo otra metamorfosis que cambió su manera de pensar y de sentir para siempre.

La diferencia de credo, de raza, de cultura... Cada idea preconcebida que tenían el uno del otro dejó de ser un lastre. La inmortalidad les volvió iguales y disipó cualquier viso de intolerancia. Así, el respeto marcó su relación desde el inicio: jamás se refirieron el uno al otro con ningún término peyorativo; desde que supieron sus respectivos nombres, siempre fueron, sencillamente, "Yusuf' y "Nicolò".

Este respeto empezó a mudar en complicidad. Lo cual resultaba de lo más singular, partiendo de que su comunicación, durante largo tiempo, no se basó más que en gestos y palabras básicas, siendo Yusuf quien mejor se hacía entender gracias a su talento para el dibujo.

Pronto, en su fuero interno, comprendieron que una relación fraternal o de amistad no podía satisfacer la profundidad de los sentimientos que les asaltaban. Porque, cosa curiosa, aquella relación se sentía con una sencillez y una pureza inusitadas, como si la Verdad, sea cual fuera Ésta, no pudiera ser de otra forma: simple y hermosa. Contra todo pronóstico, lo que en apariencia parecía haber puesto patas arriba el universo personal de ambos, en realidad llegó a la vida del otro para poner todo en su lugar correcto. Así lograron apartar todos los velos impuestos por la época que les había tocado vivir.

Y, en aquella convivencia sin dobleces ni sombras, floreció el Amor.

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In secula seculorumWhere stories live. Discover now