Prologo

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TEXAS, 1860


No se había esperado un beso así. Su boca ardiente no tenía nada en común con las atenciones de un caballero. El beso era como él: firme, intenso, prohibido.

Sin rastro de ternura, la íntima intrusión de su lengua era como un hierro candente que le estuviera marcando la boca a fuego..., de forma exigente, posesiva. Una marca que enfatizaba el hecho de que no era un ser civilizado.

Jimin recordó, aturdido, que, en efecto, no era una persona civilizada. Jungkook Calder era el tipo de hombre al que una persona nunca se acercaría, y mucho menos le permitiría ese tipo de libertades. Era un mestizo. Medio salvaje comanche. Había sido criado entre blancos, ciertamente, pero seguía siendo un salvaje.

La fiereza de su beso le resultaba excitante, pero también lo asustaba. Tenía miedo de la sensualidad sin refinar, de la ferocidad apenas contenida que adivinaba en su interior. Había sido una imprudencia coquetear con un hombre tan peligroso. Porque había obtenido justo lo que había estado buscando. Tras meses de provocarlo, había logrado romper su férreo autocontrol. Pero no estaba preparado para su respuesta.

En su beso distinguió hambre y deseo, pero también enfado. Y era el enfado lo que lo había sorprendido. Estaba furioso con el por haberlo empujado a esa situación. Aunque tenía que admitir que su propia reacción también lo había asombrado. No había esperado que el corazón se le desbocara ni que, de pronto, le costara tanto respirar. Ni que las piernas dejaran de sostenerlo. No había previsto las arrolladoras sensaciones que lo estaban invadiendo, especialmente el calor. El calor de la boca de Jungkook, el calor de su propia piel al ruborizarse, el calor que se había despertado en la parte baja de su cuerpo. Un calor que no tenía absolutamente nada que ver con la temperatura de la noche de agosto. Nunca había experimentado nada parecido. Se sentía como si no lo hubieran besado nunca antes. Como si fuera completamente inocente en lo que a besos se refería.

Estaba temblando. ¿O era él? Notó su duro brazo sujetándolo por la espalda mientras la otra mano, rugosa y llena de callos, le inclinaba el cuello para devorarlo más profundamente.

Cuando Jimin oyó que él gruñía con suavidad, un sentimiento de triunfo lo invadió. Era una sensación embriagadora saber que podía afectar de aquella manera a un hombre. Y más, a un hombre como ése. Saber que podía hacerlo temblar y perder el control.

Volvió a sorprenderse cuando Jungkook suspendió el beso y lo apartó bruscamente. La respiración agitada del mestizo le resonó con fuerza en los oídos, ya que tenía la frente apoyada en la suya mientras luchaba por recobrar el control. Lo estaba agarrando con tanta fuerza por los brazos desnudos que los dedos se le clavaban en la carne.

—¿Está satisfecho? —preguntó en voz baja, ronca y malhumorada—. ¿Se ha acalorado, señorito? ¿Le parece excitante besar a un indio salvaje?

Confundido, Jimin se echó hacia atrás y levantó la vista. Incluso en la penumbra podía distinguir sus rasgos. La lámpara que había dejado encendida en el porche trasero derramaba una luz dorada sobre el patio que iluminaba su cara de facciones fuertes y marcadas, del tono de la tierra tostada por el sol. Llevaba el pelo, negro como el carbón, recogido en una coleta, que aún estaba húmeda porque acababa de lavarse en la bomba de agua. Olía a jabón de afeitar, a cuero y a caballos. Era evidente que se había molestado en arreglarse para el, que cumplía diecisiete años.

Pero no era ninguna de esas cosas lo que lo mantenía clavado en el sitio, como hipnotizado. Eran sus ojos. En ellos había algo peligroso e indómito. Eran negros como la tinta, profundos, duros, sin rastro de miedo, y con una intensidad amenazadora, como si fueran ascuas ardiendo. Mirarlos era como sostenerle la mirada a una tormenta a punto de estallar.

Salvaje •kookmin• AdaptaciónWhere stories live. Discover now