004

3.4K 463 120
                                    

Con ojos cansados, Emilio se estiró bajo el montón de sábanas sobre su cuerpo, se irguió un poco para sentarse, pero unos brazos lo rodearon por el torso y lo volvieron a acostar sobre la cama.

El azabache abrió los ojos de golpe y corrió los brazos de quién sea que fuese y se levantó de dónde se encontraba.

Al principio se sintió confundido y se preguntó quién era ese omega con aroma tan dulce que se frotaba el sueño de los ojos con un mohín adorable.

Luego recordó lo que había pasado la noche anterior y se sintió abrumado.

— Yo... ¿No estaba durmiendo en el suelo? — preguntó Emilio, aunque fue más para sí mismo.

Joaquin se acomodó en la cama para sentarse con la espalda contra la pared, y le dedicó una pequeña sonrisa.

— En la madrugada no podía dormir, te pedí que vengas a la cama conmigo— dijo, y el rubor en las mejillas del omega hizo que el rostro de Emilio se sintiera caliente.

Sin decir nada, el mayor se frotó el rostro y salió del cuarto para ir a la cocina, y encender la luz antes de prepararse el desayuno.

No había terminado de hacer su café que Joaquin ya lo estaba mirando desde el umbral con ojos hambrientos.

Emilio al verlo lo primero que pensó fue en mandarlo a la mierda y que no le prepararía el desayuno, tenía suficiente conque el chico se quedara en su casa y tenga que usar su ropa, pero al abrir la boca, las palabras que surgieron fueron totalmente diferentes:

— ¿Qué quieres comer?

Joaquín intentó reprimir una sonrisa.

— ¿Te molestaría que hiciera mí desayuno yo mismo?

Emilio estuvo un poco sorprendido. Tiempo atrás había estado en una relación con una omega, y la chica era tan inutil y poco independiente que sacaba de quicio a Emilio.

Luego de eso creía que todos los omegas eran iguales, después de todo, su instinto era depender de un alfa.

— ¿Podría? — la pregunta de Joaquín hizo que Emilio reaccionara, moviendo la cabeza para despejarse.

—Si, si— dijo—. No rompas nada.

Minutos después, cuando Emilio ya tenía su café y un paquete con algunas galletas, se sentó en la mesa para disfrutar de su típico desayuno.

Vió a Joaquin cocinar algo que superaba sus habilidades culinarias, pero notó que usaba huevos y algo de queso, y a parte, calentó leche, rebuscó un poco en la alacena antes de preguntar:

— ¿No tienes chocolatada?

Emilio rió un poco.

— Niño, gasto mí presupuesto en café, es lo único que me mantiene con vida. No gasto en chocolatada porque no me sirve.

Vió a Joaquín mirándolo con una mueca.

— Creo que eres muy amargo, te hace falta chocolatada.

Emilio sólo rodó los ojos.

A los pocos minutos Joaquin había terminado de hacer su desayuno y se había acomodado en la mesa para comerlo, pero en cuanto se sentó, Emilio se levantó sin decir nada y volvió al cuarto.

La seriedad del chico azabache hizo que Joaquin se preguntara si al otro le molestaba su presencia allí.

Y entendía perfectamente que era sumamente irritante que una persona ajena se instalara en tu casa para usar todo lo que el propio dueño usa.

Delta/EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora