008

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Emilio entró a su departamento, haciendo silencio al notar que no había ninguna luz encendida, que no se escuchaba ningún ruido.  Miró hacia la cocina para encontrar todo tal como lo había dejado, en la mesa del comedor no había rastro de que alguien la había utilizado.  El lugar estaba tranquilo, demasiado. 

— ¿Joaquin? — llamó el pelinegro, en su pecho, la idea de que se lo habían llevado, de que lo habían encontrado, creció y se convirtió en miedo.  Arrojó el bolso de la universidad al suelo, lanzando las llaves a la mesa, mientras un 'No' murmurando se repetía en sus labios.  Entró a su cuarto, para, de nuevo encontrar todo tal como lo había dejado, al menos los primeros segundos, hasta notar las sábanas desordenadas y el bulto que de escondía bajo estas. 

— Joaquin... — se acercó a paso acelerado a la cama, levantando las sábanas con brusquedad.  El olor a tristeza y melancolía, que tapaba el olor propio del chico, lo golpeó como si fuera una cachetada.  El omega se irguió en la cama para intentar tomar las sábanas, pero Emilio las arrojó al suelo al ver lo que quería. 

— ¡Joaquin! ¿Qué...? ¿Haz hecho un nido? 

El omega no contestó, sin siquiera mirarlo, se volvió a girar para volver abrazar la almohada, dándole la espalda mientras escondía el rostro en la misma. 

— Joaquin yo... 

Emilio esperaba que el otro dijera algo, no sabía cómo reaccionar.  Dentro de su pecho, su lobo estaba preocupado.  De nuevo, se dió cuenta de cómo Joaquin podía hacer volver su subconsciente animal.  Él no sabía cómo actuar, y su lobo interior le pedía tomar el control.  Decidiendo hacerle caso a su lobo, por primera vez en mucho tiempo, tomó a Joaquin por la cintura, alzandolo un poco a tiempo que este soltaba la almohada para forcejear con él para que lo liberara.  Emilio se sentó en la cama, haciendo que Joaquin se acomodara sobre sus piernas. Quedando frente a frente, Emilio acomodó al omega para que este apoyara el rostro en su pecho, y él llevara los labios entre el cuello y el hombro del menor, en lugar donde, algún día, habría una marca de mordida.  Aún con el collar entre medio, el gesto logró calmar a Joaquin, era un punto bastante sensible para los omegas, donde se conectaba más, de una forma física, a su lobo interior. 

Y Emilio lo había aprendido con el libro de cómo tratar omegas que creía casi inútil.  A pesar de que tenía lo que quería, Joaquin no quería disfrutarlo, no quería conformarse con la idea de que eso era sólo momentáneo, y que dentro de un rato, Emilio volvería a ser el idiota que lo había lastimado horas antes.  Aunque su lobo se sintió un poco más consolado. 

— Lo siento, Joaquín— dijo Emilio, apenas despegando los labios de donde estaba—, como siempre, hago las cosas mal.  Joaquin no dijo nada. 

— Lo único que hice bien fue llevarme un cachorro asustado de un callejón mugriento.  El comentario logró sacar una sonrisa en Joaquin. 

Emilio acarició los cabellos, de ese color castaño cálido, casi anaranjado, del omega, notando que estos estaban algo grasosos. 

— ¿No te has bañado desde que llegaste, no?  Joaquin continuó sin hablar, Emilio ya sabía la respuesta. 

El omega se asustó un poco cuando el pelinegro lo apartó de su pecho, no quería que lo dejara, no tan pronto.  Pero se asustó un poco más al sentir las manos de Emilio, algo frías, bajo el suéter que llevaba puesto, subiendo de a poco.  El tacto del otro lo hizo dar un brinco, mirando con temor a Emilio, quien se detuvo automáticamente al ver los ojos oscuros del omega.  Sin pensar, quitó las manos de debajo de la prenda para llevarlas al rostro de Joaquin , tomando sus mejillas con suavidad. 

— ¿Pasa algo? — musitó, con preocupación.  Joaquín miró los ojos gatunos de Emilio, tan adorablemente razgados y pequeños, luego bajo la vista. 

Delta/EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora