🥀PRÓLOGO🥀

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Siempre he dejado que controlen mi vida, nunca doy un no como respuesta, incluso es la palabra que menos utilizo de mi vocabulario. Crecí tan ajena a esa palabra que me resulta difícil pronunciarla, y ahora que la necesito, temo decirla y ver lo que el rostro de mi padre pueda reflejar.

—Sí, padre —digo cuando no eran las palabras que pensaba.

Mi padre me ha informado que debo casarme para hacer prevalecer la empresa familiar, la cual ha caído en crisis ante la estafa de un empleado que se niega a dar la ubicación del dinero. Por ello, mi padre se ve obligado a hacer un contrato con la empresa rival de aquel que fue nuestro principal socio antes de la crisis, y ha aceptado con una condición: casarme con su hijo.

El hombre, según palabras de mi madre, es seis años mayor que yo. Su nombre es Andrew Ivanov, primogénito de una familia con inestimable prestigio y dueña de la mundialmente conocida empresa cosmética Lava.

—Mañana vendrán por ti, pasarás tres meses en casa de los Ivanov para que puedan conocerse, después de eso anunciaremos el compromiso —agrega mi padre.

Escuchar que saldré de casa me entusiasma, pero al recordar la razón de mi supuesta libertad, mi ánimo disminuye. Solo saldría de esta prisión para entrar a otra.

Amo a mi familia, quiero salvar la empresa, pero no con una alternativa insensata.

—Marina te ayudará con tu equipaje, ahora sube a descansar, pasarán por ti en la madrugada para evitar riesgos.

‹‹Riesgos››, eso es lo que me han ayudado a evitar toda la vida, sobreprotegiéndome al límite de impedirme salir de la mansión; a pesar de ello, ahora me entregan a un desconocido como si fuera un objeto. Algo que contradice los valores que profesaban, por lo tanto, debe haber algo más allá de una crisis empresarial para que mis padres cedan a esta decisión, pero al carecer de información, soy incapaz de deducir una respuesta lógica.

—Buenas noches —Me despido, en dirección a mi habitación, en compañía del mayordomo.

—¿Se encuentra bien, señorita Raisa? —pregunta el hombre delgado, de cabello bien peinado echado hacia atrás y un impecable atuendo negro tan típico de los mayordomos.

Smith me conoce muy bien, había crecido a su lado y pasado más tiempo con él que con mis padres, cuidándome durante todo el día y acatando mis órdenes sin discutir o negarse cuando estas no se interponen con las de mis padres y sus reglas. En pocas palabras Smith había aprendido a descifrarme.

—Desde pequeña he sido educada bajo condiciones muy estrictas como estudiar más de diez horas al día, enseñándome lo que está bien y lo que está mal y no creo que para convertirme en una buena esposa. Mis padres deben ser conscientes de que su decisión va en contra de sus valores, ética y moral. —Me detengo y lo volteo a ver—. Así que, dime Smith, ¿qué es lo que ha obligado a mis padres a ceder a esta propuesta como si estuviéramos en siglo XVI y no en el siglo XXI?

Sin darme repuesta, se inclina y abre la puerta de mi habitación.

—Buenas noches, señorita —Me incita a entrar.

Al ver que no pensaba ceder, entré.

Viktor Frankl dice que al ser humano se le puede arrebatar todo, excepto la libertad interior, esa que te da el poder de elección al tomar una decisión, pero al no ser capaz de decir no, renuncié a esa libertad y me sometí a mí misma a la esclavitud.

—No me quiero casar —digo al ver a Smith cerrar la puerta.

—Dígales a sus padres —aconseja Marina, quien dobla un vestido azul con decoración de rosas. Mi favorito.

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