Capítulo 42

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Domingo 30 de agosto

-Tengo la cartera, el teléfono, las llaves de casa, las del coche...— murmuraba para sí misma mientras hurgaba en su bolso para asegurarse de que todo estuviera en su sitio— Lo tengo todo.

Salió de su casa después de despedirse de Queen, que la observaba un tanto perezosa sentada sobre sus patas traseras en mitad del pasillo, y cerró la puerta con llave antes de dirigirse al porche en donde tenía resguardado del sol a su vehículo rojo.

Aprovechando sus últimos días de vacaciones, Alba quería pasar el mayor tiempo posible con la morena, ya que, en cuanto empezasen las clases de nuevo, el tiempo que podrían pasar juntas sería muy reducido. Entre las clases de Natalia, el trabajo de la rubia, las horas de estudio de la morena y lo que Alba acumulara para casa, el tiempo para verse se vería excesivamente limitado. Echarse de menos pasaría a ser el sentimiento primordial de los días, por lo que, ahora que podían, querían difrutarlo al máximo. Por esa razón, habían quedado para comprar algo de cena e ir a degustarla a la playa, a aquel rincón inhóspito al que Alba la llevó una vez en la que las cosas no salieron demasiado bien.

La profesora condujo los cinco minutos que tenían lugar entre su hogar y el propio de la pelinegra en calma, estacionó como siempre en ese hueco de acerado amarillo exclusivo para minusválidos y colocó las luces de emergencia antes de avisarle a su chica vía WhatsApp para que bajara. Poco tardó en verla salir por el portal, con esa sonrisa brillando en su rostro, la sonrisa más bonita que Alba hubiera podido vislumbrar alguna vez. Ojalá pudiera cogerla y guardármela para siempre, pensó y tuvo que reírse de sus propios pensamientos, de lo imbécil que podría parecer a ojos de cualquiera. Pero, joder, estaba en una montaña rusa de emociones constantemente con aquella chiquilla, ¿cómo iba a resistirse a algo así?

-Hola, Albi— musitó con los ojos deslumbrando por la emoción de verla. Sin embargo, acto seguido, su expresión cambió, porque la observó por completo de pies a cabeza, se relamió los labios y habló de nuevo—. Dios, eres preciosa.

Se sonrojó, no pudo evitarlo. El repaso que acababa de hacerle, además de sus palabras sinceras eran motivo más que suficiente, y es que no lo había hecho de una manera lasciva u obscena, pero la pasión había sido tal, que había conseguido dejarla sin palabras. Agachó la mirada a sus piernas juntas sobre el sillón del coche, y la sonrisa tímida floreció en su rostro casi por inercia, pero, de la misma forma las palabras brotaron de su garganta.

-Deja de decir eso— la medió regaño—, no es verdad.

Natalia frunció el ceño. No entendía por qué razón aquella mujer se tenía tan infravalorada físicamente, aunque después de lo que sabía, intuía quién se había encargado de hacer que aquello ocurriera. Alargó una mano hacia ella y le rozó la mejilla suavemente con la punta de los dedos, en una manera silenciosa de pedirle que la mirara. Como si le leyera el pensamiento, Alba lo hizo, sus ojos cargados de miel la observaron con un resquemor de dolor que a la más alta no le gustó un ápice.

-¿Por qué nunca aceptas mis cumplidos?— le preguntó en un susurro.

Alba tragó saliva, sin dejar de observar la mirada preocupada de Natalia, pero, al buscar una respuesta, un recuerdo vino acompañado de ella.

«Estaba contenta.

Ese día era su quinto aniversario con Aaron y el muchacho tuvo la gran idea de concertar una cita con ella para salir a celebrarlo. Acordó que a las nueve pasaría a recogerla y ya eran las nueve menos cuarto. Irían a cenar a algún restaurante de esos que a él tanto le gustaban, luego saldrían a dar algún paseo mientras iban hablando de sus cosas varias, se reirían de ciertas tonterías y, por supuesto, no faltarían los besos robados en cada esquina que cruzaran.

Cruzando el límiteWhere stories live. Discover now