4: El extenso valle de la muerte.

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—Es real.

—Frank—

—Es real, Silvia, yo lo ví. La obra de Gerard estaba ahí, "Sueño de una noche de verano" es real.

Hubo una larga pausa en ese momento, ante el golpeteo intenso de su corazón que no le dejaban escuchar la suave y preocupada respiración de la mujer al otro lado de la línea. 

—Frank, ¿Decía su nombre?, ¿decía el nombre de Gerard?—vaciló un momento, balbuceando una negativa que no se atrevía a confrontar. 

—Pero es él, estoy seguro. ¡Es rea!, no estoy loco Silvia, lo reconocí enseguida, es preciosa...

—Frank, por Dios. ¿Has dormido algo?, necesitas tranquilizarte. 

—No, no, yo... Silvia, por favor, tienes que creerme.

—Y te creo, Frank pero, necesitas dormir. 

—No, Silvia, ¡No!, entiende, entiende que es real y necesito seguir buscando a Gerard. 

—Frank, escúchame bien—sus manos temblaban. La gente pasaba a su lado mirándole desconfiada, al chico desalineado con no más que una mochila en la espalda, la barba de dos días y las ojeras notables bajo sus ojos. 

Aunque lo haya intentado, no pudo conciliar el sueño, pero algunos flashback llegaron a su memoria, solo que, esta vez, el escenario era diferente, Venecia ya no era el panorama del sueño de un sueño, ahora, y lo sabe por el distintivo coliseo, era Roma.

—Me iré a Roma.

—¿Qué?, no. Esto se está saliendo de control. Debes regresar. Tu madre ha llamado, dice que no le has contestado el celular. Se que solo me lo ibas a decir a mi, pero no le avisaste siquiera que te ibas, Frank. Esto no está bien, no es algo que pueda aprobar. 

—Silvia—sin embargo, el parecía embelezado en la pantalla brillante colgada en una esquina de aquella terminal, observando como anunciaban el abordaje del siguiente viaje a Roma. El suyo—. Solo puedo confiar en ti, solo te tengo a ti—. Sonaba mal. La mujer lo sabía, los recuerdos de Venecia le hundieron aun más de lo que imaginó y, en vez de ayudar a su memoria, cree que la misma exploción de recuerdos repentina van a causarle alguna crisis.

—Frank, debes dormir. Si la siguiente vez que hablemos te sigues oyendo así de mal, se acabó. Le diré a tu madre donde estás y haré que te traigan de vuelta en el siguiente avión a Estados Unidos, ¿entiendes?—tragó duro, absorto y confundido. Vaciló su respuesta antes de asentir. 

—Si.

Y aun cuando se resistió durante gran parte del camino al extendo valle de la muerte, el par de píldoras que se tomó le hizo perder la batalla antes de siquiera papadear. 



«—Me ofrecieron un lugar en la exposición romana—dice mirando el vasto horizonte. 

Frank le mira pensativo, tomando su mano entre la suya hundiéndola entre la arena bajo sus cuerpos. El oleaje era tranquilo, el atardecer en su punto de colisión. El anillo de diamante adornaba su dedo anular izquierdo, sonriendo ante el recuerdo de cuando se lo pidió. De eso, un par de días atrás. 

—Eso es fabuloso, cariño—Gerard volteó a verle con una extraña combinación entre una sonrisa y un gesto de aflicción—. Venecia es precioso, y lo extrañaremos mucho, eso es seguro. Pero Roma... bueno, es bellísima, seguro encontraremos un buen lugar. Hay que envolver bien nuestro sillón, no quiero que se dañe con la mudanza—. Añadió pensante, mordiendo su labio ante la duda de algun detalle olvidado. La risita escandalosa de Gerard interrumpió sus pensamientos. 

Gerard, quién le miró con una genuina sonrisa, su Gerard que se avalanzó a él y le besó apasionado hasta quedarse sin aire. 

—Por eso te amo. 

Gerard y él se habían mudado a Roma al mes siguiente. Se habían llevado muy pocas cosas, entre ellas el sillón donde hacían su ritual del amor. Frank consiguió dar con un departamento en la Rione Monti, uno de los barrios más antiguos de la ciudad, una infraestructura coloquial acompañada de la moderna remodelación de la nueva Roma. El pelinegro no hizo preguntas, pero sospechó de que el depósito no fue nada barato, y debido a todo el costo del traslado, se dejó llevar en dejar que el tatuado se encargase de todo por él. 

Estaban comprometidos.

Frank recuerda entonces, sus primeras semanas ahí. Gerard y él se pierden intermitentes en la excursión de sus vidas por la basílica de San Pedro, el panteón de Roma, la Fontana di Trevi, la plaza Navona, el Coliseo fue el mejor sin duda, el tour por el extenso valle de la muerte, como Gerard le llamó cuando el guía asignado iba relatando las atrosidades de la época del Imperio Romano, el primer siglo. Las munera: pelea de gladiadores, las venationes: pelea de animales o los nozii: ejecuciones de prisioneros con animales. Se calculó la muerte de mas de doscientas mil almas, y todo aquel infierno duró unos quinientos años. 

Gerard no pudo dormir después de oír muchas anecdotas contadas por algunos residentes del tour que los invitaron a un bar local contiguo al barrio. El extenso valle de la muerte fue lo que le había inspirado a tomar el pincel en medio de la noche, con la oscuridad y brillante luz de luna colandose por su ventana. Recuerda observarlo por horas y horas, con su rostro llenó de aflicción. 

Después de un par de horas al fín le miró. 

—¿Te imaginas el haber vivido en esa época?—Frank suspiró extendiendo sus brazos a él, y entonces, Gerard se acurrucó a él, enterrando la naríz en su pecho, aspirando profundo—. Si te hubiera conocido en esa época, seguro me hubiera enamorado de ti como ahora—. Sonrió como un tonto aferrándolo más en el agarre—. No hubiera podido atacarte...

—Hubiera escapado contigo. Ya sabes, profugos de la tiranía, dos gladiadores siguiendo su corazón. De película, eh—una suave carcajada escapó de los labios de su amado, que asintió encaramándose a él por completo, iniciando una serie de besos que acabó con una ronda de pasional carga de energía. Lo embistió con fuerza y luego de vuelta, terminando con Gerard arremetiendo contra él, apoyando el pecho en la cama por completo.  

Le había besado con suavidad hasta que al fín Gerard pudo conciliar el sueño, y él empezó a divagar ante la idea de haberse conocido en otros tiempos. Si, está seguro que se volvería a fijar en él sin pensarlo, perderse en su mirada esmeralda.

Unas semanas después, Gerard había terminado su obra. La presentó en la galería nacional de arte moderno y, fue un verdadero éxito. Muchos críticos estuvieron ahí y el pelinegro fue entrevistado por Ars magazine; la mirada llena de ilusión en combinación de un profesionalismo envidiable hicieron de su Gerard, una estrella resplandeciente. 

Caminaron a casa, de la mano, con el sonido tranquilo de las calles del barrio antiguo. Uno que otro bar con música clásica, algunas risas esporádicas, un pianista que tocaba por las tardes bellas melodías como Clair de lune, las velas prendidas que se alcanzaban a ver desde las vestanas de las casas. Parecia una luna de miel....  Tan bueno para ser verdad. 

Y cuando llegaron a casa, un sobre rojo bajo la puerta aguardaba. Gerard lo recogió por él mientras lavaba un par de uvas que había comprado para acompañar al queso de cabra almacenado en el frigo, y un vino rosa en la alacena. Su gesto fue de confusión, extendiéndolo a él, abierto pues con la confianza que había entre ellos no era necesario pedir permiso. 

Ah, sí. Su madre se lo había advertido. Era un citatorio de la corte. Una demanda por abandono de responsabilidad laboral. »


*

<3

Sueño de un sueño. Frerard.Where stories live. Discover now