9: El trato.

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«Cuando aquel sobre rojo llegó a su departamento, todo cambió. Esa fue la primera vez que Frank le mencionó su situación familiar después de que su abuelo falleciera. Por alguna razón que aún no lograba comprender, el tatuado estaba obligado a hacerse legalmente responsable de la herencia de la familia Iero sin discusión. Así lo quiso su abuelo, así se iba a quedar puesto que no era un derecho trasmisible. Así que, era válido por completo el hecho de que se le estuviera demandando por abandono de responsabilidad laboral. 

—Escapemos—abrió sus ojos de forma sorpresiva obervando a su prometido como si estuviese loco—. Hablo en serio, Frank. Huyamos, no puede hacerte esto, yo...—. Relamió sus labios negando a la par. Tenía la mirada cargada de miedo—. No quiero perderte.

Sonrió genuino, ladeando el rostro mientras sostenía entre sus manos el suyo. 

—Jamás podrías perderme—asintió a ello, besando las palmas de sus manos—. Pero, ¿A dónde iríamos?

—Me ofrecieron un puesto en una galería de Ginebra.

—Suiza...

—Así es. Es reciente, quería decirtelo hoy, por eso insistí en las uvas, el vino y el queso, pero esto se presentó y... bueno. Vámonos—insisitió en un susurro. Frank le observó largos segundos, la notable desesperación en sus bellas facciones. 

—Vámonos—repitió accediendo. 

Y eso fue todo. 

Se fueron a Ginebra y se escondieron durante un tiempo, enterándose que Linda había contratado investigadores privados de todo tipo para encontrarlos. Los habían seguido hasta Roma pero afortunadamente aún no daban con su paradero en Ginebra. Creyeron que todo estaba bien, que la habían librado, e incluso se había podido tomar el tiempo suficiente para ilustrar su siguiente obra, una inspiración de la bella ciudad en la que estaban y un recordatorio de la situación que les estaba envolviendo. 

"La fría realidad social".


—¿Qué haces?—Gerard sostenía un cigarillo entre sus labios con las manos sobre una postal y el agarre de un bolígrafo mientras redactaba algo a puño. Llevaba puesto nada más que una de sus camisas que le quedaban al ras después de que habían hecho el amor en esa tarde lluviosa y fresca de Suiza. Tenía un par de mechones húmedos por el sudor del ejercicio sexual y algunos chupones rojizos visibles sobre la piel de su cuello, aún así, la mirada esmeralda le brillaba al mirarle desvergonzado y con una sonrisa coqueta que parecía rogar por ser tomado de nuevo.

—Le escribo a Flavia—Frank se había encaminado a una parte de la cocina integral que tenían, ya que, al haberse mudado con tanto imprevisto y con las cuentas bancarias canceladas ante la demanda, los ahorros de sus vidas y las ganancias del pelinegro eran su sustento del día a día, por lo que no les había alcanzado para algo tan glamuroso, pero vivían bien, así que estaban agradecidos. Tomó una de las manzanas del canasto ese artesanal que Gerard compró en Venecia, una de las pocas cosas que aún conservaban entre todas sus mudanzas, así como ese bendito sofa ritualista. 

—¿En serio?, mándale mis saludos. Dile que extraño sus pays de fresas, eran lo mejor—suspiró ante el recuerdo. Gerard asintió sintiendo el tacto de un beso en su mejilla, de reojo observando a su prometido regresarse a la habitación. 

Miró el camino vacio un par de segundos y sonrió melancólico. Habían tenido demasiada suerte hasta ahora, y casi sentía el mal presagio llegar. Como si la calma fuese momentanea, con el peligro acechando listo para enjaularlos en la tragedia.




La tragedia llegó un par de días despues de la forma de una pulcra mujer de traje a terciopelo con la mirada avellanada y la sonrisa burda siniestra que tanto conocía en el hombre que amaba. 

Sueño de un sueño. Frerard.Where stories live. Discover now