Capítulo 3

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Cuatro meses después

Jimin colocó a Eun-na en la cuna y le dio unas palmaditas en la espalda. Había días en que a Eun-na no había quién la parara; pero ese día al bebé le había cansado el paseo por el campo, el aire y el sol y no protestó cuando la tumbó a echar una siesta. Jimin deseó que cada día fuera así de fácil.

Sonó el timbre de la puerta y Jimin volvió la cabeza. Nada despertaría a Eun-na hasta que no hubiera dormido lo suficiente.

Jimin cruzó el salón escasamente amueblado y fue hacia la puerta. Al abrirla se quedó mudo de sorpresa. ¡La última persona a la que esperaba ver era a su marido!

Jungkook... —susurró, mirándolo asombrado.

De repente sintió miedo. ¿Qué hacía él allí? No le había visto desde el día de la boda, hacía ya cuatro meses. Inmediatamente después de la ceremonia le habían llamado para que se hiciera cargo de un delicado asunto laboral con una empresa filial en Inglaterra. Se deshizo en disculpas por tener que marcharse de viaje y prometió que volvería pronto. Sólo que no lo hizo.

La madre de Jungkook había pasado por su antiguo apartamento dos días antes del nacimiento de Eun-na. Jeon Yang mi había dejado claro que no le gustaba el esposo de Jungkook. No lo había invitado a visitar su casa, ni lo había presentado a su familia. Aunque por lo poco que Jungkook le había contado, Jimin no había esperado que lo recibieran con los brazos abiertos. Sabía que era el que había fastidiado todos sus planes.

Pero sí que había esperado saber de Jungkook antes.

El cheque le llegaba puntualmente el primer día de cada mes, pero jamás lo
acompañó de ninguna nota o carta. Lo había llamado cuando nació la niña, a pesar de la diferencia de horario y de la dificultad para localizarlo. Jungkook le había enviado un gran ramo de flores y un osito de peluche para el bebé. Cuando encontró su nuevo apartamento, le había enviado una nota cortés a la dirección de su oficina. Aparte de eso, se había comunicado muy poco excepto por alguna breve llamada telefónica de cuando en cuando, que no hacía más que añadirle un toque de, surrealismo a su falso matrimonio. Pero en ese momento estaba allí, a la puerta de su piso.

Qué sorpresa —dijo Jimin despacio—. Bienvenido. ¿Acabas de volver?

¿Jimin? —preguntó con incredulidad.

Lo miró de arriba abajo, desde los alborotados y cortos cabellos, pasando por la esbelta figura cubierta con una camisa blanca y unos short que dejaban al descubierto sus blancas piernas.

Sí, soy yo. ¿Quién creías que vivía aquí? —le preguntó con algo de aspereza.

Le habló así por el susto que se había llevado y porque tenía miedo. ¿Habría decidido que quería divorciarse? Sabía que aquello era demasiado bueno para ser cierto, demasiado bueno para durar mucho más.

Jimin cerró la puerta despacio.

Siéntate. ¿Te apetece un té?

Si no es mucha molestia.

No. Ahora mismo vengo —añadió Jimin, contento de poder ausentarse un par de minutos y poder calmarse un poco.

Vale.

Se sentó en el sofá y empezó a aflojarse la corbata; no le quitó los ojos de encima
mientras el iba hacia la cocina.

Le llevó unos minutos preparar el té, minutos que Jimin aprovechó para dominar sus nervios e intentar que su expresión fuera tan impasible como la de Jeon Jungkook. Si su matrimonio tenía que terminar, pues que terminara. Sabía que estaba viviendo un cuento de hadas. Nadie mantenía a alguien por el mero hecho de casarse con esa persona. No había hecho nada aparte de pronunciar unos votos delante de un juez. Palabras sin sentido. ¿Cuáles habían sido las condiciones de su acuerdo? Cuando se marchara, volvería a leérselo para ver a qué atenerse.

Padre Por Acuerdo KookMin Where stories live. Discover now