Capítulo 2

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La lluvia caía con fuerza, cada pequeña gota recorría su cuerpo, empapándole aún más si era posible con cada segundo. Su pelo algo largo se pegaba a su rostro. La sangre seca permanecía en sus labios y mientras caminaba podía ver que debía hacer algo con las uñas de sus pies, demasiado largas a ese punto. Mientras se deslizaba por el callejón, observó como un gato se resguardaba bajo un cubo de basura, por lo que podía intuir bajo la escasa luz, estaba demasiado escuálido debido probablemente a la falta de alimento.

— Te entiendo, pequeño.

Se agazapó al lado y estiró su mano hacia el animal, el cual se escondió aún más, gruñéndole. El alfa suspiró entristecido. Ni siquiera aquel indefenso animal parecía querer de su compañía. Con pesar terminó levantándose y encogiéndose bajo su fina chaqueta vaquera la cual no le reguardaba del frío ni de la lluvia, pero era de las pocas cosas que aún tenía. Pensó que tal vez debió tomar aquel viejo abrigo que había encontrado unos días atrás en uno de los basureros del lugar, pero si hubiera hecho aquello, no tendría nada seco para cuando llegara al refugio a dormir. Al menos podía dormir bajo un techo.

Una vez salió del callejón, se adentró entre la multitud que caminaba apresurada por las calles de Seúl. Se agazapó aún más, con la mirada perdida en sus roídos zapatos, fingiendo no darse cuenta de las miradas de asco de la gente con la que se cruzaba. Alguien terminó empujándole y arrojándole apenas a la calzada. Un taxi le pitó e insultó, pasando a su lado con rapidez, casi atropellándole. Jeon se echó hacia atrás, para protegerse de una muerte segura, provocando que su zapato se deslizara y terminara por caer completamente sobre la acera, en un charco.

Se quedó allí unos segundos, observando el cielo totalmente oscuro, dejando que las gotas golpearan su rostro, castigándole aún más. Se echó los enredados cabellos hacia atrás y terminó incorporándose, casi huyendo hacia el refugio. A veces pensaba en desaparecer o volverse completamente invisible, pero no corría con esa suerte. En cuanto pasó a través de las puertas del refugio, su cuerpo se relajó levemente. Bajo aquel techo al menos no se sentía tan fuera de lugar. Allí se encontraban mayormente alfas, todos hombres y con una situación parecida a la suya: viviendo en la pura miseria. Agradecía internamente que la Comisión hubiera decidido crear aquellos refugios, pues no todos nacían con una importante suma de dinero en sus bosillos, menos alfas como él, quienes eran lo más bajo de la cadena, repudiados a ser vistos como inferiores y muchas veces siendo objeto de tráfico y sacos que golpear e insultar. Jeon sabía que no los exterminaban porque eran los únicos que podían impregnar a los omegas macho, aquellos que eran tan preciados y ocupaban el mejor lugar en la sociedad. Era gracias a su esperma que seguían con vida, por muy primitivo que fuera.

— Hey, Jeon.

Levantó el rostro apenas para saludar al guardia que se encargaba de que ninguno de los alfas saliera más tarde de las doce. Se excusaban que era para protegerles de lo que pudiera sucederles a altas horas de la madrugada, pero Jeon sabía que era una forma de cortarles la poca libertad que en verdad tenían.

— Buenas noches. — susurró mientras se movía hacia su rincón donde mantenía sus cosas: el abrigo que había encontrado, un par de fotos de sus difuntos padres, su cepillo de dientes y el pequeño y deshilachado cojín que le servía del almohada.

No tardó en desjacerse de la chaqueta que llevaba y estirarse en el suelo, arropado con el abrigo. Entre sus manos sostenía una foto de sus padres y él de pequeño. Se veían sonrientes, él apenaa tenía cinco años cuando la foto fue tomada. Su madre había sido una hermosa alfa, mientras que su padre fue de aquellos preciados omegas. Jeon sentía lástima por sus padres, ya que él había nacido como alfa, como lo más bajo, mientras su padre era lo contrario. Acarició la foto con nostalgia. Sus padres habían fallecido en un accidente de tráfico, y desde aquel día había pasado sus días y noches en la calle, hasta el año en que se crearon los refugios, para ese entonces él ya tenía 16. Ya habían pasado 7 años desde aquello y 15 desde la muerte de sus padres, sin embargo no había día en que no deseara haberse marchado con ellos, encontrar el mismo final. La muerte parecía menos horrible de lo que era su día a día.

Su estómago se encogió. Llevaba varios días sin comer algo decente y en buen estado. A veces encontraba restos en la parte de atrás de algunos restaurantes, otras debía aprovechar el despiste de algún traseunte. Por suerte, no moría de sed, siempre acudiendo a la fuente del parque cercano al edificio HNG, donde podía ver a gente rica, vestida de traje y con lujosos coches vivir sus costosas vidas.

Suspiró, terminando por guardar la foto junto a las otras. Cerró los ojos y se dio ánimo a sí mismo.

Mañana será un día mejor.

No tenía fe en aquellas palabras, pero su padre siempre las recitaba antes de darle un beso en la frente cada noche. Lo repitió como mantra durante el pasar de los días. Pensar en aquellos agradables recuerdos traía consigo una noche completa de sueño.

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