Capítulo IV. Un rey de rodillas

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I.

***

—¡Carajo! ¡Ten cuidado, duele!

—¡Es una herida! —Izuku hace lo posible porque su voz suene firme. Eso suele funcionar cuando se trata del Rey Katsuki Bakugo—. ¡Si no dejas de quejarte no podré limpiarla antes de ponerle el ungüento de Mina!

—¡Sólo apúrate!

El problema es que tiene un carácter terrible. Izuku supone que el dolor lo empeora, pero no quiere seguir lidiando con él. Ya fue suficiente por toda esa noche. Pasa una última vez un trapo mojado sobre la piel herida y luego llena esa zona del ungüento que le dio Mina; él está sentado sobre el suelo y el Rey Bárbaro sobre un montón de cojines. No es necesario cauterizar. La magia hará su trabajo. Sólo tiene que vendar y eso Katsuki deja que lo haga en paz, sin decirle nada. La venda cubre una parte de su vientre e Izuku sólo le pregunta si no está demasiado apretada tras acomodarla bien. Katsuki niega con la cabeza. Le pregunta si puede respirar, asiente.

—Es cierto —dice Katsuki, cuando Izuku hace ademán de ponerse en pie—. No quiero que mueras.

Izuku asiente nada más por hacer algún gesto. No lo perdona por sus palabras anteriores, porque no se ha disculpado, pero reconoce lo que le está diciendo entonces.

—No creo que seas tan cruel —dice Izuku.

Es cierto.

El paso de los días al menos lo han ayudado a construirse una imagen de Katsuki. Un retrato lejano, pero uno al fin y al cabo. Se pone en pie y entonces siente todo el cansancio, siente cómo todavía tiene hojas en los pies porque no tuvo las fuerzas para estirar el brazo y quitarlas. Los pies están llenos de tierra y lodo y mugre y parece que a Katsuki no le molesta que esté dejando todas las marcas de sus plantas sobre el piso.

Ya buscara un recipiente con agua y los limpiará cuando esté en sus aposentos, piensa. Después.

—Ey, espera —dice Katsuki.

Lo agarra de una muñeca.

—¿Qué?

Izuku está cansado. Quiere dormir.

—Estás dejando lodo en el piso.

Contiene las ganas de rodar los ojos. Se las guarda bien adentro, por pura cortesía. También amarra al nerviosismo dentro de sí. Katsuki lo hace sentir una mezcla de demasiadas cosas que no puede ser buena para su cuerpo.

—¿Quieres que lo limpie también, Katsuki?

El Rey Bárbaro gruñe. Es un sonido bajo, apenas audible. Parece molesto y eso hace que Izuku se retraiga un poco. Es puro instinto, se dice. Puro miedo que no tiene que ver con Katsuki. Es un bruto para hablar, pero Izuku nunca lo ha visto alzar el brazo contra nadie en ese palacio. Sintió su brutalidad por primera vez en el bosque, antes, con los hechiceros. En su palacio nunca. Así que todas las reacciones le vienen de más lejos, lo sabe. Pero no va a hurgar en todo eso en ese momento.

Qué noche tan larga, piensa. Y al final de la frase en su cabeza se siente tentado a agregar una maldición, pero se la guarda.

—No, carajo, no es eso, príncipe idiota. —Katsuki se pone en pie sin soltarlo y lo jala—. Sólo siéntate ahí. Sobre los cojines. —Lo empuja hacia donde estaba un momento antes e Izuku siente sobre la piel de sus brazos la suavidad de las telas del lugar donde estaba sentado Katsuki. Todavía se siente un poco su calor—. Quédate ahí.

Katsuki se acerca hasta donde él dejó un recipiente lleno de agua. Deja el trapo sucio y lleno de sangre olvidado, pero recupera otro.

Izuku no comprende que está ocurriendo cuando el Rey cae de rodillas frente a él, con esas dos cosas en la mano.

Ojos verdes, ojos rojos [Katsudeku / Kirikami]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora