18

1K 107 3
                                    

El frío invierno hacía notoria la sangre aglomerandose en las venas de la punta de su nariz, por desgracia él era consciente de eso, así sabía bien cómo utilizar tales rasgos a su conveniencia pues junto con los sonrojos y aquellas  impactantes joyas azules casi grises que adornaban su cara llena de líneas finas y libre de imperfecciones era que podía manipular a la gente a su antojo.

Siempre supo que su vida sería sumamente difícil, sobre todo después de que sus padres los abandonaran como perros en la puerta de una amiga cercana de su madre. La señora Page era demasiado amable, ojalá hubiese corrido con la suerte de tener un marido igual de buena persona que ella.

Sus padres eran dos jóvenes canadienses que en sus épocas escolares habían quedado enamorados, el par de hippies perfecto, ella resultó embarazada y tuvieron que dejar la escuela para trabajar y mantenerse, luego de varios años tuvieron un segundo hijo, ambos el vivo reflejo de su padre, todo parecía ir bien, no eran extremadamente cariñosos, pero tampoco eran malas personas, dentro de lo cabe. Se podía decir que eran felices a su manera.

Luego de que sus padres decidieran que tener hijos no los llenaba y que aún tenían ganas de vivir la vida que dejaron atrás por haberse descuidado y procrear a tan temprana edad, fueron engañados con la gran frase "volveremos por ustedes". Estaba demás mencionar que los bastardos jamás volvieron, él hubiese preferido que murieran, contrario a eso vivían como nunca y lo sabía porque no era tonto. Siempre los odiaría por ello, pero estaba justificado, ¿qué haría él con doce años y un pequeño de dos aun en brazos? No le quedó de otra más que tocar la puerta de aquella señora de mejillas rosadas y cabello rojizo, que preparaba unas galletas deliciosas como la mierda.

Jamás hubiese esperado que aquel hombre, el esposo de la señora Page, de manos gruesas y rostro ovalado se atreviera a causar tanta barbarie, pero la vida era una maldita desgraciada en la que sólo te quedaba mantenerte vivo. Luego de tantos golpes y abusos la oveja aprendió a defenderse y a proteger a los suyos. Casi siempre que estaba en casa lo golpeaba si no le ayudaba a la señora Page con la comida, o le servía como esclavo personal, a su pequeño hermano siempre le gritaba cuando el llanto comenzaba a retumbar entre las largas paredes de aquella casa con estilo ochentero, una vez, él recuerda, el tipo entró borracho a su cuarto y quito a su hermano de la cama que ambos compartían e intento abusar de él, por suerte supo reaccionar y pudo tumbar al hombre de bruces al suelo. Estaba harto. Años de aquella mierta lo tenían malditamente cansado.

La cadena de eventos desafortunados sucedió el día en que aquel hombre cuyo nombre le asqueaba lanzó la licuadora contra la señora Page, los gritos alteraron a su pequeño hermano y él ya no supo cómo defender a ambos sin desproteger a uno. Así que no vió otro camino. Justo cuando los golpes eran detenidos por un cuerpo regordete, cuyo rojo escarlata ya no solo cubría la cabellera de aquella amable señora, corrió hacia la cocina con su aún pequeño hermano lloroso en brazos, tomó un cuchillo y se acercó por la espalda de aquel señor, éste seguía dándole patadas al cuerpo inerte de la amable mujer que sólo jadeaba con cada golpe, había tomado una maceta de una de las mesas ratonas y justo cuando la posicionó sobre los cabellos rojos y delgados de aquella amable mujer que les había dado un techo, él cobró venganza.

Le había enterrado el cuchillo con una sola mano en medio de la espalda y al volver a sacarlo segundos después de que el hombre intentara voltear a mirarlo varias gotas de sangre salpicaron su blanca tés y la de su pequeño hermano quien milagrosamente dejó de llorar cuando la maceta que el hombre sostenía cayó sobre el cráneo de la señora Page. Oh, dulce, dulce, señora Page, ni su madre les había brindado tanto amor. Al ver el charco de sangre supo que ellos habían sido los últimos merecedores de aquel precioso regalo.

—Dejaste de llorar —le dijo a su hermano luego de soltar el cuchillo y bajarlo al suelo, le tomó la mano. Ambos seguían frente a la escena sin expresión alguna.

—Sí, lo siento —el pequeño lo miro y con la mano contraria a la que lo sostenía se limpió las mejillas, llevándose no sólo los rastros de lágrimas sino de sangre en la manga de su playera.

—No te disculpes —él sabía que no había sido su intención, sabía que aún era demasiado pequeño como para poder bloquear sus sentimientos —. Iras mejorando —lo animó.

—Es que siempre me dices que no debo llorar, no debo ser débil —el pequeño batió sus pestañas aún mirando a su hermano mayor, cuánto lo admiraba.

—Esta bien —le respondió aún mirando a ambas personas en el suelo ya sin vida. Lo único que lamentaba era la muerte de la señora Page, solo eso. Y qué se quedarían sin hogar por supuesto.

—¿Están muertos? —le preguntó con inocencia.

—Sí, ¿sabes que tuve que hacerlo, no? —respondió. Ya veía venir lo peor, ambos niños postrados frente dos cadaveres, sus huellas dactilares en el cuchillo y de nuevo huérfanos. Seguro él sería llevado a prisión, y su pequeño hermano a un orfanato. Al menos ya sentía que el niño a su lado estaba preparado para ello, se separarían un tiempo, por lo que esperaba al menos una buena familia pudiera adoptarlo.

—Sí, él la mató y tú lo mataste a él —ladeó su cabeza mirando el cuerpo de la señora Page enterrado bajo el otro cadáver —. ¿Eso es justicia?

Asintió con la cabeza hacia el mas pequeño —. Claro, ella no lo merecía y si no estuviera muerto los siguientes seríamos nosotros.

El pequeño pateo lo más que pudo la pierna de aquel hombre fallecido en señal de coraje —. Alec, siempre has dicho que es mejor quitar del camino a la gente que te estorba, como lo hicieron papá y mamá con nosotros, él nos estorbaba.

—Muy bien, pequeño Troye. Lo has aprendido muy bien.

Adoptive brother [Larry Stylinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora