Capítulo 4

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Desde el día en que Gen había notificado a Senku su intención de vivir con Suika, se había preguntado muchas veces si estaba haciendo lo correcto, sino se había dejado llevar demasiado por sus emociones.

Recordaba perfectamente como esa misma noche se había cuestionado más de una vez si estaba perdiendo su cordura. Sin embargo, al llegar a la modesta cabaña, la alegría y emoción de la niña le habían obligado a poner de lado sus preocupaciones, supuso que tendría toda la noche para atormentarse por su actuar impulsivo. Ahora tenía que dedicarle toda su atención a la alegre pequeña que le enseñaba cada rincón de su hogar, junto al lindo y pequeño perro blanco que paseaba orgulloso a su lada con el collar de flores que la niña había hecho para él.

Para su sorpresa, al momento de llegar la hora de ir a dormir y estar a solas en a la pequeña habitación que se había dispuesto para él, se había sentido extrañamente tranquilo. En lugar de atormentarse con planes y estrategias posibles para compensar la falla en su cautela, sólo pudo pensar en cuanto tiempo había pasado desde que había dormido en un sencillo futón en lugar de los lujosos colchones de plumas y sedas delicadas que había usado en el barrio rojo y en sus aposentos en la Corte de Tsukasa.

Probablemente había sido cuando aún era un aprendiz recién llegado a la casa de té, donde compartía el espacio con las otras aprendices de la casa. Todos pequeños, asustados y heridos de más de una manera. Pero aun así suficientemente tenaces para aguantar, limitarse a llorar poco en silencio si era demasiado y llamar a eso su nuevo hogar.

Como una cascada, los pensamientos de una vida más sencilla vinieron a él. Viejos recuerdos de su niñez, donde había logrado captar pequeños rayos de sol y esperanza antes de comprender del todo que su pequeña jaula podía ser misericordiosa y cruel, antes de que los velos de seda y las capas de maquillaje ocultara cualquier rastro del sol en su piel. Días que habían terminado tan pronto como su talento se había mostrado, y un entrenamiento más estricto y solitario le esperaba como el como aprendiz de la Oiran principal.

Pensó en la primera vez que conoció a Ukyo y en como estuvo absolutamente celoso de su belleza clara y delicada, tan seguro de que le quitarían su puesto como aprendiz principal, hasta que supo que el chico era el hijo de un rōnin contratado para ayudar con la seguridad. Él se había burlado tanto cuando se lo contó por primera vez al término de su primer encuentro secreto, al poco tiempo de su desfile e iniciación que, desafortunadamente, Ukyo no podía pagar.

Los recuerdos agridulces siguieron llegando uno tras otro, hasta que llegó a la cara de sus pequeños aprendices y asistentes. Pensaba en sus pequeñas y escasas sonrisas al aprender algo nuevo, prefiriendo ser ignorantes de que cada pequeño logro los acercaba más al mismo futuro que a él. Era una suerte que no hubiera ocurrido, sin embargo, después de entrar en la Corte de Tsukasa, nunca los volvió a ver. Y lo cierto era que los extrañaba. Extrañaba enseñarles a leer y escribir, a recitar, tocar un instrumento, a danzar, conversar y el arte de las flores.

La pequeña Suika le había recordado tanto a esos niños que le calentó el corazón con nostalgia y algo más, algo peligrosamente parecido a la esperanza y el anhelo. Aunque Gen no estaba seguro de que esperaba o anhelaba tanto su corazón.

Esa noche se durmió cansado pero cómodo y satisfecho. Después de un largo e infernal día de trabajo, lo que se negaba a llamar "discusión" con Senku y la agradable compañía de Suika, había temido francamente exhausto. Y, para bien o para mal, esa noche no se quedó en vela pensando en que haría a continuación. Lo último en que pensó antes de sumirse en la protección del sueño, era si debería enseñarle a Suika algo de literatura e historia al día siguiente, aunque no sabía si la joven sabía escritura y lectura para empezar.

Después de ello sus días comenzaron a ser una pequeña repetición, trabajar, jugar con Suika y enseñarle a la pequeña todo lo que considero útil, arreglar la casa, pasear un poco por el pueblo y alimentar a la pequeña y a su cachorro. La única diferencia a su primer día, era la constante presencia de la joven rubia Kohaku. Quien suponía estaba para vigilarlo por órdenes de Senku, a quien no había vuelto a ver de cerca. Por fortuna la chica no interferiría con sus movimientos, solo estaba allí después del trabajo infernal e interactuaría solo con Suika de vez en cuando, hasta que se marchaba después de la cena, justo a la hora de dormir.

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