Capítulo 30: Sustos que dan gusto

19K 1.9K 2.2K
                                    

Nota: lo confieso, me reí con el título que le puse. Pero tiene su sentido, ya verán.


***

Los lobos solían ser muy quisquillosos con su privacidad y cada miembro de la manada respetaba la intimidad del vecino para no entrar sin permiso en la guarida de otro. No había cerraduras ni trabas en las puertas, por lo que cualquiera podría entrar sin inconveniente. No obstante, los padres de Bakugō, Ashido y el trío de licántropos tenían plena libertad de moverse por vuestra casa, pero, aun así, avisaban de su visita o dejaban una nota si venían a dejar algo.

No querías asustarte, pero estabas completamente inmóvil en el cuarto de baño, sintiéndote por primera vez insegura en vuestra propia casa cuando escuchaste un gruñido y el particular sonido de un objeto siendo arrojado al suelo. Había suficiente luminosidad entrando a raudales por los ventanales de la habitación extra y la sala de estar como para que no te sorprendieran desde la oscuridad... así que poco a poco te retiraste de la pileta junto a la bañera y te dirigiste hacia la puerta con el corazón encogido y latiendo dolorosamente en tu garganta. No estabas preparada para gritar ni para encontrarte con el intruso en cuanto giraste la esquina...

Su nombre salió de tus labios en un hilo de voz, pero dada su audición él fue capaz de escucharte y dar un respingo al verse descubierto como un ladrón. Le habías atrapado con la nariz metida dentro del armario mientras rebuscaba entre tus enseres y los lanzaba por la sala de estar, desordenándola con todo lo que arrambló a su paso.

El lobezno se incorporó desde su posición agachada y avanzó hasta la puerta sin apartar sus ojos de los tuyos. Te mostró los colmillos y gruñó como aviso para que no te acercaras, pero su lenguaje corporal revelaba una irradiante tensión y mostraba más emociones de las que él quería enseñar... Sobre todo, por su cola lobuna —recta y hacia abajo entre sus piernas— y por sus orejas —pegadas a su cráneo, pero crispadas—, queriendo enmascarar su miedo con un elaborado enfado. Su mirada incluso mostraba un poco de arrepentimiento, sabiendo que estaba haciendo algo malo y que sus actos le traerían consecuencias. Un asegurado castigo por invadir la cueva de Bakugō sin su permiso.

—¿Qué estás haciendo... Kōta? —hablaste más alto, escuchando rara tu propia voz cuando el azabache no te respondió.

El aludido echó un vistazo hacia atrás, midiendo la distancia que le separaba de la salida. Confiaba en que estabas lo suficientemente alejada y no tendrías la valentía de acercarte a él mientras maquinaba un plan de escape que lo librase de una buena reprimenda. Porque, por extraño que pareciera, Kōta se sintió acorralado. Traicionado por su propio remordimiento.

Con una mirada cínica y fría que te dejó estática, el lobezno siguió retrocediendo hasta la puerta, agarrando el pomo con mano temblorosa.

—Márchate de aquí, humana —escupió con un tono desagradable. Demasiado cruel para un niño de su edad— Deja a mi aniki en paz. Él no necesita a alguien como .

La hostilidad en su voz te mandó escalofríos, pero le sostuviste la mirada hasta que él se marchó lanzando un último gruñido —que sonó como un ladrido asustado—, dejando la puerta abierta.

Kōta fue el primer licántropo que se te atrevió a expresar abiertamente su animadversión hacia ti. De manera implícita te dijo alto y claro que no te quería junto a su 'hermano mayor' y, aunque justamente había acudido a ti a sus espaldas, él confesó lo que muchos otros pensarían.

Te decepcionó un poco... ya que pensaste que habías superado esa fase de rechazo por parte de los miembros de la manada. Aunque, al parecer... había una minoría que todavía conservaba esa negativa a aceptarte entre los suyos.

My little red temptation (+18) [Katsuki Bakugou x lectora]Where stories live. Discover now