Prólogo.

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Lee Felix no ha vivido demasiado tiempo cuando se trata de diversión o de felicidad. El mundo resultó interesante los primeros cien años que vivió, entre todas aquellas ciudades llenas de caballos y carrozas, dónde las campanas de las iglesias retumbaban en cada espacio y las mujeres se paseaban por las calles con un abanico en la mano; agitando de ellos como sí se tratará de un artefacto esencial.

Se divertía observando aquellos vestidos enormes; llamativos y sobretodo, calurosos que se cargaban. Sus cinturas siendo apretadas por aquellos corceles que les dificultaban respirar y hablar.

Aunque en aquellos tiempos, las mujeres sólo guardaban silencio, detrás de aquellos hombres rígidos, que tenían pipas entre los labios o aquellos puros con aromas asquerosos. Inclusive con esos lentes poco elegantes que adornaban aquellos rostros amargados.

Siempre cargando bastones y un traje con cola de pingüino. Lucían horribles en aquellos hombres con espalda encorvada y manos llenas de anillos relucientes. Con esos ojos llenos de ambición.

Felix tenía la costumbre de sentarse en uno de esos asientos alejados de todos que su familia siempre tenía por derecho, entre aquellas sombras y dónde el sonido de la música clásica no llegaba tan alto.

Sin embargo, era divertido observar la vista de baile y burlarse de aquellos jóvenes humanos inexpertos que con timidez tomaban la cintura de aquellas mujeres frescas y con ese sonrojo teñido de inocencia para algunos, pero para él; significaba el bombeo de un corazón sano que llenaba de calor aquel cuerpo.

Su interior se llenó de una necesidad tan imperiosa que constantemente tenía que marcharse de las fiestas de aquellos humanos, después de todo; él jamás se sentía cómodo cuando era momento de burlarse de aquellos humanos para sacarles hasta la última gota.

De todos modos, su familia estaba tan ocupada seleccionando a su persona de interés que pocas veces le prestaban atención a su ausencia y falta de interés por ir detrás de cuellos o de lo que sea.

Después de todo, cada vampiro tenía un lugar donde le gustaba morder más. O en todo caso, una preferencia hacía jóvenes, adultos, hombres o mujeres; algunos incluso preferían animales.

Sin embargo, nadie era tan fijo cómo su primo Minho, que casualmente había casi drenado al joven que tenía mirada de ángel (tal cual lo describió luego de unas cuantas noches) y con quién constantemente se encontraba a escondidas de todos.

Felix no era ningún despiadado para decirle a todos que su primo Minho estaba enamorado de un humano y que tenía planeado huir con él y convertirlo en vampiro. Aunque no le encantaba la idea. Después de todo, la familia Lee constantemente estaba alardeando de su famoso linaje puro y sin embargo, ya imaginaba a todos volviéndose un lío cuando se enterarán de que el sobrino de oro había desobedecido toda ley hecha por los antepasados hace tantos centenares.

De todos modos, cuando Minho logró huir; no supo absolutamente nada de él. Y sabía bien, que su propia familia estaba tan empeñada en encontrarlo para deshacerse de aquel posible humano y encerrarlo en aquel pozo asqueroso dónde iban todos aquellos que llevaban deshonra al apellido.

Así que, la vida de Felix se detuvo cuando su cuerpo parecía el de un muchacho de apenas veinte años pero su alma ya estaba tan cansada y vieja y parecía tan desinteresada en todo.

Cada año parecía sólo ser un mes; de todos modos; los vampiros pasaban tanto tiempo vivos que quizá no eran eternos pero su forma de envejecer era tan distinta y relativa. Y así como existían aquellos que vivían lo que un humano, existían aquellos que podrían vivir lo de cinco humanos y ser igual de jóvenes que Felix en cuanto al físico. Así que la verdad, todo era confuso.

Sed de luna [Chanlix]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora