dos

382 55 8
                                    

Christopher no está seguro de lo que está pasando en la galería de arte a donde fue la semana pasada con Zabdiel, pero de lo que está seguro es que quiere volver a ver a la pelinegra con ojos avellanas encantadores. Ha tratado de hacer una investigación sobre la galería y todo lo que encontró demuestra que la galería es un negocio legítimo. Aunque él no está sorprendido. Es abogado y sabe lo fácil que es poner un negocio como una fachada para lavar dinero, o en este caso, montar un imperio de acompañantes en los círculos de la alta sociedad. Así que sabe que tiene que manejar esta situación con cautela e inteligencia.

—¿Para dónde vas con tanta prisa? —Zabdiel es rápido en salir de su oficina cuando lo vio salir de la suya a toda prisa, como él lo había dicho.

—Voy tarde. —Christopher apresura más su paso para no darle explicaciones a su amigo, no es que se las deba, pero Zabdiel tiene una táctica que él no entiende que logra que las personas le digan las cosas que no quieren compartir, y él definitivamente no quiere compartir esto. Por lo menos no todavía.

—¿Tarde para dónde? ¿Conociste a alguien y yo ni enterado? —Zabdiel sigue cuestionando, persiguiendo al castaño.

—Nos vemos mañana Zabdiel. —Christopher entra al elevador y se asegura que las puertas de metal se cierren antes que su mejor amigo se acerque a ellas.

Deja salir una bocanada de aire, recostándose contra la pared de metal cuando el elevador empieza a bajar. En su búsqueda pudo averiguar que la galería sigue abierta, pero no sabe si ya movieron a las chicas, o si solo seguían mostrando las terribles obras de arte. A la entrada del edificio estaba el personal de valet esperando por él con su auto listo para partir. Un poco nervioso, Christopher se sube a él, y empieza a conducir por las ocupadas calles de los ángeles. Tamborea sus dedos contra el volante, al ritmo de la canción que está sonando en la radio. Es un simple riff de guitarra y la voz de un hombre cantando sobre una adicción. Al prestarle más atención a la canción se da cuenta que se trata de una mujer que vendía su amor a hombres diferentes cada noche.

En cuestión de minutos se está estacionando en la entrada de la galería. No hay mucha gente como cuando fue la noche de la inauguración, pero puede ver a unas chicas de pie a las pinturas y sabía que están haciendo lo mismo que la otra noche. Deja salir una bocanada de aire antes de bajarse del auto. Con piernas temblorosas, pero con una mueca de confianza que no siente por completo camina hacia la entrada.

—Bienvenido señor. —una chica le sonríe detrás de un podio, evidentemente no era una de las chicas de las pinturas.

—Buenas noches, —dice en un tono educado, no quiere que le prohíban la entrada al lugar.

—¿Está buscando una pintura en especial? —sonríe maliciosamente y él simplemente niega con la cabeza.

—No, vengo a ver qué pinturas tienen disponibles. —agrega al ver que ella todavía está esperando por una respuesta.

—Bueno, parece justo, tenemos hermosas pinturas disponibles por aquí. —ella camina hacia la parte de atrás de la galería al notar el traje de marca que el abogado porta.

—¿Joel Pimentel? —Christopher pregunta al ver el nombre del pintor.

—Si. Uno de los mejores de estos tiempos. —ella finge una sonrisa.

Christopher se contiene de alzar una ceja o reírse a carcajadas de ella porque se nota que la mujer no tiene conocimientos de los pintores más importantes de la actualidad. Podría jurar que si le dijera el nombre de Pablo Picasso, Salvador Dalí, Vicent Van Gogh, Michelangelo, Leonardo da Vinci, Diego Rivera o Frida Kahlo se quedaría dándole esa sonrisa boba que le está dando actualmente. Decidiendo que no avergonzaría a la chica de esa manera decide seguirla hasta donde se encontró con la pelinegra la otra vez que vino. La mujer lo deja enfrente de una pintura completamente simple, de un solo color, sin textura o cualquier cosa que llamaría la atención de un aficionado del arte. Sacude la cabeza, riéndose por lo bajo. Por supuesto que no están interesados, sino es para eso que vienen a este lugar.

—¿Esta es obra del señor Pimentel también? —pregunta en un tono que no tenía que salir con sarcasmo, pero lo hizo.

—Si. —ella vuelve a ver detrás de él. ¿y no es lo más hermoso que has visto en tu vida? —pregunta sin dejar de ver a sus espaldas.

Cuando Christopher se da vuelta mira a una chica pelirroja caminando en su dirección. Ojos cautivadores color verde esmeralda, labios rosados y sus pecas resaltando en cada centímetro de su rostro. La mujer, en efecto, es una de las mujeres más hermosas que ha visto en toda su vida. Pero no es por ella que está aquí. No. Ese privilegio es para la pelinegra con ojos avellanas y labios regordetes.

—Interesante la pintura, ¿no es así? —la pelirroja dice al ponerse de pie al lado de ella.

—No es necesariamente lo que estoy buscando. —Christopher mete sus manos en los bolsillos de sus pantalones de tela, volviendo su mirada hacia la dichosa pintura.

Sin decir nada la chica camina hacia otra pintura donde está un señor de media edad, el tipo se mira interesado, y Christopher no lo juzga, la mujer es una de las mujeres más hermosas que ha visto, pero no es la que está buscando.

Al parecer Christopher llegó temprano a la galería ya que mientras el tiempo pasa y él no ve a la pelinegra que está buscando, más personas están llegando al lugar. La anfitriona le da un folleto con todos los precios. Está revisándolo cuando escucha la voz que hace una semana le dijo "hola, chicos, ¿están disfrutando de la exhibición?". Esta vez se acerca a unos señores con una copa de champán en sus manos que conversan entre ellos. Uno de ellos la mira mal y ella de inmediato se mueve de ahí. Christopher se contiene para ir ahí, y romperle la cara al tipo.

La pelinegra camina en su dirección y Christopher le sonríe. Sabe que eso le hará saber que está interesado. Al estar a unos cuantos pies de distancia ambos vuelven a ver a la pintura que tienen enfrente. Por lo menos esta pintura es una versión moderna de Marilyn Monroe.

—Está por aquí otra vez. —la pelinegra sonríe, mirando a la pintura.

—Aquí hay algo que me interesa. —Christopher la vuelve a ver y sonríe. —y no son las pinturas de Joel Pimentel. —dice entre dientes sabiendo que las personas estiradas que asisten a estos lugares no entenderían, o les agradaría una broma como esa. Pero la pelinegra a su lado está teniendo dificultad para no reírse a carcajadas.

—Solo son buenas para la fachada. —ella dice, volviéndolo a ver. —¿Es por eso por lo que estás aquí? —le sonríe y Christopher está seguro que es la mujer mas hermosa que ha visto en su vida.

—De hecho... —

Los ojos de la pelinegra van hacia otro lado y su expresión facial cambia. Christopher no está seguro que se supone que signifique eso, pero cuando esos ojos lo vuelven a ver, la diversión que había ahí ya no está.

—Disculpa, pero tengo que seguir recorriendo las demás pinturas. —ella se disculpa apenada, sus mejillas sonrojadas.

—¿Con quién... —

—Lucero. —una mujer, unos años mayor que Lucero, se acerca a ella por sus espaldas y le dice algo al oído.

—Mis disculpas, pero tengo que irme. —la pelinegra, Lucero, le sonríe.

Christopher la ve partir, un pequeño balanceo en sus caderas, y antes de desaparecer por la puerta trasera del lugar, Lucero lo vuelve a ver y le da una pequeña sonrisa.

Píntame una Historia +18 Haisetopher Where stories live. Discover now