6. Nada más.

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CANCIÓN: Madilyn Bailey - Titanium.



Menos de diez minutos después ella bajó de la camioneta frente a la enorme casa en la que residía, diciendo un "gracias" de lo más escueto.

La observó entrar, rabioso. ¡Ahg! Solo esperaba que valiera la pena para eso que lo llamaron. Se fue irritado, frustrado y sabiendo que debería llegar por la noche a dejar salir de su cuerpo todo lo que ese pequeño ser le provocaba.

En el recibidor las maletas de su madre le dieron la bienvenida. ¡No!, no de nuevo. Una hora después supo que se había ido. Estaría fuera dos días, así que el suplicio tenía dos noches por delante. La buena noticia es que el fin de semana él la alcanzaría.

Sin poder probar bocado de lo que Cleo le subió a su habitación, intentó hacer deberes.  Iba a cerrar con seguro, pues una de las chicas del aseo se llevaba su charola intacta, cuando él apareció. De inmediato tembló, sus palmas sudaron y el miedo le hizo respirar más rápido, Ary no tardaría en llegar o eso esperaba.

—¿Se puede saber dónde estuviste, Caramelito? –Sin dejar que pasara, lo miró rabiosa.

—No le importa –el hombre agarró su mejilla para luego apresar su cuello con la intención de acercarla.

—No quiero chicos, Anel –le advirtió con un gesto que le heló la sangre. Sus ojos marrones la perforaron con ira y clara advertencia, con posesividad primitiva.

—Tengo que hacer tareas –murmuró petrificada. Su olor le generaba nauseas, un asco tal que se sintió enferma de inmediato.

—Eso está mejor, céntrate en tus estudios... —su tono iba cargado de amenaza. Nunca le había hablado así. Ni se le había acercado tanto.

—Suélteme –le rogó con voz quebrada. Alfredo acunó su barbilla con firmeza lamiéndose los labios al tiempo que veía los suyos. Las lágrimas aparecerían en cualquier instante.

—Mientras así sea, podremos estar todos tranquilos y las cosas con tu madre irán bien ¿Comprendes, Caramelo? –asintió entendiendo; sin novio, no pasaría de la raya—. Me alegra, ya sabes, calladita –besó su frente dejando baba ahí, donde lo hizo y se fue. Anel cerró la puerta sin poder controlar su cuerpo. Se dejó caer al piso apretando los dientes y puños con rabia e impotencia limpiándose una y otra vez. Sintiendo el maldito miedo atropellarlo todo. Ni la razón, ni la objetividad entraban, solo el hecho de que lo odiaba y que estaba jodidamente enfermo.

Varias horas después continuaba ahí con las manos enrolladas en sus rodillas meciéndose de forma convulsa. El piso frío no le importó, así como tampoco que la temperatura fuera bajando. Deseaba irse, salirse de ahí. ¿Si lo hacía?  ¿A dónde? A donde fuera, era mayor de edad. Temía que él la buscara, la encontrara y entonces sí estuviera a su merced. Ya en una ocasión se lo dijo cuando huyó.

"Corre tanto como puedas, entre más lejos, mejor. Ya nadie podrá intervenir"

A media noche se tumbó en la cama mirando aprensiva la puerta. Atenta, con pánico. Siempre era así y aunque puso un mueble un poco pesado y que si se movía, sonaría al instante, el miedo solía estar ahí como si no hubiera nada que lo limitara entorpeciendo su pensar, su lucidez, envolviéndola en ese túnel repugnante donde solo podía sentir la impotencia de no poder huir.

Para el viernes ya se sentía fuera de su órbita, pero nada diferente a otras ocasiones. A Marcel no lo había visto, sus amigas preguntaban poco sobre su vida. Con el tiempo, al ver que no daba mucho detalle, que se guardaba para sí lo importante, dejaron de hacerlo. Las quería, claro que sí, pero Anel, desde que todo fue de mal en peor en su vida, parecía dejarse llevar como una tela por el viento. Leía mucho, se encerraba en su mundo y aunque salía con ellas de vez en cuando, le quedaba claro que el vínculo fuerte era entre Alegra y Mara, y ella, tan solo las acompañaba, nada más. Se sentía seca y con poco qué dar.

Tú, nada más © ¡A LA VENTA!Where stories live. Discover now