III. El sueño

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Miércoles 17 de abril de 2019 – Port Erillos

—¡Aaaaahh! —Saltó de la cama y sin querer golpeó en el muslo a Elena.

—¡Ay! ¿Qué sucede? —preguntó exaltada con un destello de enojo en su voz. La habían despertado de un sobresalto a altas horas de la madrugada, y de tal manera, que no encontró otra forma de responder.

—Ehhh... —Se quedó pensando, sin saber qué decir o sin querer contarle lo que había soñado—. Nada, nada. No te preocupes, creo que fue una pesadilla—. Evadió explicar el suceso onírico, en el cual había visualizado con mayor nitidez a la dama del espejo.

—Ok. Relájate y vuelve a dormir —dijo Elena mientras giraba hacia el otro lado de la cama y le dio la espalda desnuda.

Lucio no pudo volver a conciliar el sueño por un tiempo. Tenía los ojos tan abiertos que sus párpados parecían pegados con cinta adhesiva a su frente. flameaban debajo del gorro de lana. No entendía qué era lo que le había sucedido. ¿Había sido algo más que un simple sueño? ¿Habría sido un viaje y no tan solo un sueño? Aún no encontraba respuestas.

Miró hacia el costado y encontró a Freya durmiendo a su lado, acostada en un trozo de frazada que caía desde un extremo de la cama. A su cuerpo llegaba una brisa de tranquilidad al encontrarse cómodo al abrigo de un hogar seguro y una cama templada.

Hubo otra media hora, o más, donde él se movía de un lado a otro. Trataba de no despertar a Elena: no necesitaba otro reto por no dejarla dormir.

Con tanto meneo sintió una molestia en su hombro, como un pequeño pinchazo. Lo tocó superficialmente por encima de su camiseta, pero no sintió nada extraño. Luego de practicar un pequeño ejercicio de respiración, se tranquilizó y logró dormirse.

Al despertarse a la mañana siguiente, encontró una nota en su almohada donde tenía escrito "GRACIAS POR UNA NOCHE ESPECTACULAR", escrito que llenó de orgullo la virilidad de Lucio. Tenía un beso marcado con pintalabios rojo fuerte tendiendo a un borgoña, en la esquina inferior derecha del papel. «Espero que no haya exagerado», pensó y largó una sonrisita fanfarrona para sí. Elena se fue temprano y había dejado plasmada en la carta su gratificación de una gran noche. Lucio estaba tan rendido que no sintió ni el canto del gallo, menos la partida de la mujer con la que había dormido.

Continuó recostado: los miércoles no daba clases en el colegio. Trató de dormir un poco más para recuperar las horas de mal sueño, pero su cabeza estaba tan agitada que no volvió a pegar un ojo.

Aprovechó el tiempo libre para descifrar el sueño. Estaba seguro de que era la mujer del espejo, quien estaba camuflada y sosteniendo un fusil.

«Esto no fue un sueño», se dijo a modo de convencimiento. Para él había sido algo totalmente nuevo. Sentía que todo era coherente, las personas no se desvanecían y el tiempo pasaba a un ritmo real. Todo se sentía auténtico, a diferencia de los sueños normales donde las cosas se ven distorsionadas, las acciones son incoherentes, las caras se van modificando y el tiempo es distinto al real. Aunque algo lo inquietaba y lo hacía dudar, en ningún momento pudo sentir olores: su sentido del olfato estaba desactivado como cuando alguien tiene una espantosa congestión nasal.

Lucio había leído el libro escrito por su progenitor "La ausencia de olores en los sueños". Su padre era un prestigioso psicólogo que atendía en la ciudad, especializado en el ámbito onírico, y siempre destacaba el hecho que sus pacientes al soñar no percibían olores, a menos que fueran estimulados desde afuera del sueño. Y ni así era factible identificar el aroma.

Dejó de divagar. Podría haber seguido con sus pensamientos abrumadores, pero debía terminar su proyecto de investigación y presentarlo dentro de dos días.

Sueños de GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora