CAPÍTULO 2

1 2 0
                                    

MITCHELL

Sábado 14:56

Tenía la vaga esperanza de que se quedara. Por un segundo tuve la estúpida esperanza de que diese una bofetada a la mano que le tendía el pago y me dijese que había sido genial para él también, que no había sido por el dinero.

Le vi marchar calle abajo a toda prisa desde el balcón y lo recordé. Me recordé que él era lo que era. Él lo hacía por dinero. No había sido casualidad que hubiera acabado en mi cama... Yo le había comprado por aquella noche... ni más ni menos.

Me quedé allí parado, en mitad de mi cuarto, aún mojado de la ducha y pensando en la noche anterior:

Llevaba un rato observando cómo se ahogaba en alcohol sentado en la barra y por fin me acerqué, sentándome a su lado.

—Un gin-tonic, por favor— le pedí al bartender.

Él ni siquiera me miró. Sólo jugaba con su vaso, haciendo que girara en la barra y bebiendo largos sorbos del líquido transparente de vez en cuando.

Le miraba de reojo.

Sus ojos, marrones como las avellanas enmarcados por largas y oscuras pestañas negras, concentrados en su vaso y, a la vez, en algo que ni yo ni nadie podría ver aunque lo intentase.

Se pasó una mano por el largo pelo castaño, lacio y brillante y suspiró, haciendo que su flequillo se elevase por unos instantes.

Un hombre bajo y entrado en carnes (y años) se acercó por detrás de él y se pasó la lengua por el labio superior. Apestaba desde lejos a vodka barato y depravación. Me dio asco oírlo susurrar en el oído del muchacho:

—¿Estás libre esta noche?— el chico se giró y pude contemplarlo con más detalle:

Negras ojeras bajo sus ojos y pupilas dilatadas.

«No le respondas», me encontré deseando en mi interior, «Por favor, no le respondas».

—Sí, siempre que puedas pagar— fue la respuesta del muchacho.

—Oh, perfecto— el hombre sacó de su bolsillo un pequeño fajo de cincuenta y se lo pasó por delante de la cara al chico, quien lo miró con un hambre voraz.

«No te vayas con él», supliqué desde mi cabeza.

—Perfecto, ¿nos vamos ya?— con un salto, el joven se levantó de su asiento y dejó que le hombre lo rodeara con un brazo.

Aquello fue más de lo que podía aguantar y yo también me levanté del sitio.

—Te doy el doble— me encontré diciéndole.

Ambos se dieron la vuelta y el chico me escaneó de arriba abajo con la mirada antes de sonreír, pícaro.

Se desasió del agarre de aquel viejo pervertido y se acercó a mí.

—No creo que puedas pagar— me espetó, sonriendo con desafío en sus ojos.

—¿Cuánto?— alcé un poco la barbilla.

—Dos cincuenta— me replicó ante la atónita mirada del hombre, que intentó protestar.

—¡Eh, búscate a otra puta, niñato, que este se viene conmigo!

El chico lo ignoró y sonreí mientras yo le mostré cinco billetes de cincuenta. Él sonrió.

—Pues esta noche vas a tener que machacártela— le contestó el chico.

—¿Y bien?— le pregunté y él volvió a mirarme de arriba abajo.

—Búscate otra puta— le espetó al viejo y tiró de mí hacia la pista de baile, mezclándonos, perdiéndonos entre los cuerpos sudados que se unían y separaban frenéticos.

Suspiré de alivio. Aquel hombre no podría tenerlo. No esta noche, por lo menos.

—¿No sabes bailar?— me preguntó y negué con la cabeza—. ¿Cómo Te llamas?

—Mitchell, ¿tú?

—Soy Gael. Y ahora que nos conocemos, ven, te enseñaré a bailar— sonreí y seguí los movimientos de él.

No sé cuánto tiempo estuvimos allí. Sólo sé que salí mucho más tarde de lo que jamás había salido de una discoteca... y más borracho.

Aún así me las arreglé para llegar a casa con Gael.

—Estás muy bueno, ¿sabes?— admitió, balbuceando con una sonrisilla pícara en sus labios.

Sus manos me rodearon nada más abrir la puerta del apartamento y me condujo al interior.

Sus dedos eran hábiles desabrochando cinturones y bajando cremalleras. No quise preguntarme cuántas veces lo habría hecho.

Llegamos hasta mi cuarto, no sin tropezar varias veces y reír como estúpidos.

Me empujó hacia la cama y se sentó a horcajadas sobre mí.

Mi cuerpo reaccionó inmediatamente y él lo notó, respondiendo al hacer rozar su cuerpo con el mío.

Quedó claro que no íbamos a parar ahí, porque nos deseábamos el uno al otro.

—No quiero— conseguí articular entre beso y beso—, no quiero que hagas esto si no quieres.

Gael se acercó a mi oído y en apenas un murmulló dijo:

—Quiero.

al tercer díaWhere stories live. Discover now