Septiembre

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Maka respiró hondo mientras intentaba arrastrar con cuidado el saco a través del piso de la cafetería. El repartidor de los granos se había negado a dejarlo en la bodega, habían discutido y el tipo se había ido sin mas. No sería tan malo si hubiese sido en su habitual horario, de 7 a 10 am, pero en esta ocasión estaba cubriendo uno de los turnos de Blake, por lo que le tocaba recibir insumos. Lo cierto es que era mucho mas pesado de lo que recordaba, casi el doble, y temía que de tirarlo con mucha fuerza las semillas acabaran desperdigadas, pero como eran las 4 no podía demorarse demasiado porque el segundo turno alto –de 5 a 9 pm- empezaría pronto. No podía tenerlo ahí simplemente si venían clientes, podían tropezarse.

Entonces entró alguien. Maka no quiso mirarlo, empezó a sudar frio.

-Lo siento, de momento no estoy atendiendo... si gustas me esperas cinco minutos y voy.

El tipo se paró justo frente a ella, dejando ver sus converse con jeans. La mirada subió hasta llegar a unos jeans demasiado grandes para su talla, una camiseta arrojada con demasiada desgana y una chaqueta también dos tallas mas grandes de lo necesario. Demasiado delgado para ser sano, pensó. Pero lo sorprendente era su pelo, y sus ojos. Blanco y rojo. Albino, pensó. Algo en su cabeza le recordó que no podía quedarse mirando la gente fijamente, y se volvió a intentar agarra el saco.

Él la interrumpió, tomándolo como si nada, y caminó hacia atrás.

-Espera, espera, ahí solo puede entrar el staff...

-Ábreme la bodega, por favor.

Ella abrió la puerta, lo vio dejar el saco en el lugar correcto y entrar al vestuario masculino. Entonces recordó que Liz le había comentado que el compañero de cuarto de Blake iba a cubrir su parte del turno y que luego tocaría durante la tarde noche. Al devolverse al comedor, tomó el casco y el bolso, y tocó suavemente la puerta.

-Tus cosas... -la puerta se abrió sólo un poco, una mano apareció y luego un poco mas. Ella limipió una vez mas el lugar, asegurándose que estuviera todo en orden y sólo entonces tomó su libro, tras la caja.

El chico salió con el uniforme de la cafetería mal arreglado. Maka miró mal los botones desabrochados, la camisa fuera del pantalón, la mano que recorría su pelo despeinado. Se sentó al lado, en el piso del barista, dejando una partitura y unas libretas sobre el contador mientras se terminaba de arreglar la ropa.

Parecía otro más de los muchos chicos que trabajaban ahí. Pero a la vez, algo en la forma que su espalda se curvaba, del modo que su cuello se movía, era diferente. Dejó de mirarlo fijo y pensó que tenía que tratar de avanzar algo en el capítulo, porque necesitaba avanzar lo que pudiera en el libro. Él la ignoró, dedicándose a sus propios libros.

No pasó demasiado tiempo hasta que la puerta se abrió, dejando entrar los estudiantes que venían al Spartoi Coffe Shop.

Maka ni sintió el cambio de compañero, sólo que de un momento a otro las dos rubias Thompson se estaban haciendo cargo de los pedidos que ya estaban tomando demasiado en ser entregados. Con toda la conversación que se escuchaba de la gente, como un ruido constante, cuando de pronto un piano empezó a sentirse. Curiosa, ella sintió cada nota dentro, como si sus intestinos y su cerebro vibraran con las notas. Lo cierto es que nunca había asistido a un concierto en vivo, a veces iba a bailar con Liz o hacía el aseo escuchando electro fusión, pero nada parecido a la reacción visceral, de piel de gallina, que esta música le estaba haciendo sentir.

Siguió saludando, recibiendo las órdenes, y pasándolas hacia la torre de bandejas de la izquierda. El sol bajaba, dejando cada vez más gente en la línea de espera que conversaba o escuchaba el piano. Nunca veía tanta clientela en las mañanas, tal vez porque no solían quedarse en las mesas o conversando alrededor. Conforme fue pasando la hora, la cafetería se fue vaciando hasta que fue la hora del cierre.

Coffee MatchWhere stories live. Discover now