Hogar

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—... Ome... Kagome.

Kagome abrió los ojos con pereza y se tropezó con otros cafés. Fríos; solitarios, la miraban penetrantemente.

Y la asustaron.

Se sentó de golpe y Kikyō ensanchó los ojos cuando sus frentes se encontraron en un tremendo cabezazo que le vació el cerebro por un momento.

—Ugh... —Se refregó la frente, atolondrada. Kagome se agarró la suya igual de mareada mientras entendía con mucha vergüenza lo que había hecho—. Sabía que eras una cabeza dura, pero esto es demasiado literal.

—¡Ah, perdón! —Se apresuró, llevando las manos a sus mejillas— ¿Estás bien? Me asusté, lo siento.

Kikyō alzó las cejas.

—¿Doy miedo?

—¿Eh? ¡No, no, no, no, no! ¡No me refería a eso! Estaba teniendo una pesadilla y por eso me sobresalté. —mintió, acariciándole la frente. No quería hacerla sentir mal.

Kikyō relajó los párpados al sentir cómo levantaba su flequillo en una suave caricia. Kagome era de las que acariciaban, no era la primera vez que tenía esas atenciones con ella al verla herida.

—¿Te duele?

La Miko negó con la cabeza manteniendo unos indiferentes ojos. Su frente comenzaba a entrar en calor. La mano de Kagome era equivalente a estar cerca de una fogata. Cálida, pero peligrosa si se acercaba mucho. Así eran los humanos, así había aprendido a lidiar con ellos.

No acercarse de más, conservar una sensata distancia.

—Vamos, vístete. Hay que seguir con el entrenamiento. —Kikyō se obligó a levantarse del futon de su aprendiz. Apenas despegó la frente de su palma, extrañó ese calor—. Ponte eso.

Kagome se refregó la cabeza, aún adolorida, y miró la ropa que dejó en sus pies. Vestimenta de ¿arquería? Parecía serlo. El Keikogi (parte de arriba) y el Hakama oscuro (parte de abajo) le sonaba conocido. No obstante, terminó de comprobar que lo era al hallar encima de la ropa el "Muneate", protector de pecho.

—¡Guau! —exclamó, agarrándolo con entusiasmo— ¡Siempre quise usar esto! Se siente muy ligero aunque sea un protector.

—Por supuesto. La vestimenta no debe interferir en los movimientos.

Kagome meneó la cabeza, emocionada, y comenzó a sacarse el Yukata para probarse la ropa. Kikyō la contempló, pensativa.

Parece que ya se le pasó el malhumor de ayer.

—¡Espero que la hayas pegado con el talle!

—¿Pegado? —Kikyō arqueó una ceja. Había algunas palabras de su vocabulario que no entendía. Tenía que unir toda la frase y analizar el contexto para hacerlo. No es que fuera difícil, simplemente era molesto—. Es mi talle, así que quizás te quede un poco grande.

—¿Tú crees? —Kagome se levantó del futon con el Yukata desarreglado en los hombros y se dedicó a escanear a Kikyō de pies a cabeza. Frenó las pupilas en sus pechos—. Quizás... me quede grande en esa zona y... —Pasó la vista a su rostro—... tú eres un poco más alta.

—Naturalmente. Soy más grande que tú, en más de un sentido. —dijo con un aire de arrogancia.

—¿Cómo lo sabes? —inquirió mientras le daba la espalda para terminar de quitarse el Yukata. Lo dejó caer al suelo y empezó a pasar el brazo por una de las mangas del Keikogi—. Nunca te dije mi edad.

Kikyō dobló el cuello y espió la zona de su pecho. En efecto, le quedaba un poco grande allí. Podía vislumbrar a la perfección cómo la curva de sus pechos se asomaba por la ropa de tan floja que le quedaba.

Almas [Kagkik]Место, где живут истории. Откройте их для себя