18. Lo que hemos construido

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— Papá, mamá... Muchas gracias por las bendiciones de hoy.

Murmuró Dororo con una pequeña y nostálgica sonrisa. Juntó sus manos y comenzó a orar frente a la estatua de la Diosa de la Misericordia.

Sus ojos recorrieron cada uno de los inciensos que había colocado a los pies de esta solemne figura, un incienso por cada persona que lamentablemente no seguían más con ellos. Sus adorados padres, el padre adoptivo de Hyakkimaru, así como los padres biológicos de este, si, sin importar todas las crueldades que su padre biológico le hizo pasar desde que nació debido a su enorme ambición, Dororo creía firmemente que sin importar los errores de ese hombre él merecía su perdón y recordarlo en sus oraciones.

Justo a un lado de ellos estaban los inciensos correspondientes a Mio y los niños huérfanos, también los de Hyogo y Mutsu, los fieles sirvientes y amigos de Tahomaru, así como el último añadido: el anciano Biwamaru.

Dororo no pudo evitar derramar unas silenciosas lágrimas al recordar a su amigo monje, el cual falleció apenas un año después del nacimiento de Yusuke. Biwamaru solía visitarlos en ocasiones, siempre y cuando su anciano cuerpo se lo permitiera. Justo en una de esas visitas, el anciano falleció en la posada de su aldea.

Su muerte fue natural, supusieron murió a causa de su tan avanzada edad. El sabio hombre murió dormido, recostado encima del futón de la habitación, el viejo monje simplemente ya no despertó al día siguiente.

Por supuesto su muerte fue dolorosa, a pesar de esto, Dororo no pudo evitar sentirse bendecida de que tuvo una muerte tan tranquila y pacífica, que dentro de todo Biwamaru no muriera alejado de todos en soledad. En tales épocas de guerras y desgracias sin duda era una bendición perder la vida por motivos naturales y no asesinado, por el hambre o alguna enfermedad incurable.

— "Gracias por todo Monje, siga descansando en paz e interceda por nosotros". 

Le habló Dororo en su mente con un inmenso cariño, recordando todas las veces en que los ayudó no sólo en su viaje, sino también con diversos asuntos de su aldea. Sin duda agradecía infinitamente haber cruzado sus caminos con él.

Siguió orando en silencio con sus ojos fuertemente cerrados por un instante más, antes de regresar a hablarles a sus amados padres:

— "Hoy es solo el inicio de días más especiales y alegres a futuro. Por favor, papá, mamá, bendigan a su nieta... Por favor, ayuden a mi Kaede en este nuevo camino que está por iniciar".

Abrió sus ojos y la sonrisa se ensanchó en su rostro. Una sola lágrima silenciosa volvió a cruzar por una de sus redondas mejillas antes de secarla con prisa, dar dos palmadas para dar por terminadas sus oraciones y levantarse con cuidado del piso del templo.

— Consuegra, aquí estás, por fin te encontré.

Escuchó una alegre voz a sus espaldas, Dororo reconoció de inmediato esa voz siempre tan jovial y alegre. Se dio la vuelta para encontrarse con Okowa, la cual observaba con atención a la mujer de ojos chocolate desde la entrada del templo.

— Hola, Okowa... Son puntuales como siempre —Le habló Dororo acercándose a ella—¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar con Satoru?

— ¿¡Qué!? ¡¡Claro que no!!

Dororo forzó una sonrisa nerviosa ante el fuerte grito de su amiga. Si el sacerdote hubiera estado en el templo, estaba segura que ya las hubiera echado por escandalosas. Fue por esta razón que se apresuró en sacarla del templo para que no armara un alboroto, la mujer de cabello azul oscuro nunca podía modular su voz adecuadamente.

Ella continuó con su alto parloteo, mientras Dororo la tomaba de los hombros y la hacía caminar con ella:

— Entiendo que Satoru se sienta algo nervioso, pero yo no tengo nada que hacer ahí en estos momentos, si estuviera a su lado solo estorbaría.

Parte de mi alma [HyakkiDoro]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora