𝗜𝗠𝗠𝗢𝗥𝗧𝗔𝗟 𝗕𝗟𝗢𝗢𝗗
❪ El amor es la muerte del deber... ❫
━ 🏹 ❛ Si crees que esto
tendrá un final feliz,
es que no has estado
prestando atención ❜
Bajo el fuego o la tormenta
...
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Para ser familia de Khaleesi, tu único requisito es estar loco
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Percy
▬▬▬▬▬▬ Todavía no estaba muerto, sorprendentemente, pero estaba harto de ser un cadáver.
Mientras avanzabamos penosamente hacia el corazón del Tártaro, no paraba de mirar mi cuerpo, preguntándome cómo era posible que fuera mío. Mis brazos parecían palos cubiertos de cuero blanqueado. Mis piernas esqueléticas parecían deshacerse en humo a cada paso que daba. Había aprendido a moverme más o menos con normalidad dentro de la Niebla de la Muerte, pero la mortaja mágica todavía me hacía sentirse como si estuviera envuelto en un abrigo de helio.
Me preocupaba que la Niebla de la Muerte se pegara a mi para siempre, aunque consiguieramos sobrevivir al Tártaro. No quería pasar el resto de mi vida con la pinta de un extra de The Walking Dead.
Estaba tratando de concentrarme en otra cosa, pero no había ningún lugar seguro al que mirar. Bajo mis pies, el suelo emitía un brillo de un repugnante color morado, surcado de redes de venas palpitantes. A la tenue luz roja de las nubes de sangre, Khaleesi, envuelta en la Niebla de la Muerte, parecía un zombi recién resucitado... Había muerto dos veces y yo seguía sin acostumbrarme.
Delante de nosotros nos esperaba la imagen más deprimente de todas. Un ejército de monstruos se extendía hasta el horizonte: bandadas de arai aladas, tribus de desmañados cíclopes, grupos de espíritus malvados flotantes. Miles de malos, quizá decenas de miles, arremolinándose nerviosamente, empujándose unos a otros, gruñendo y peleándose por el sitio: como el vestuario de un instituto abarrotado entre clase y clase, en el que todos los alumnos fueran mutantes apestosos y atiborrados de esteroides.
Bob nos llevó hacia el margen del ejército. No hizo el menor esfuerzo por esconderse, aunque tampoco le hubiera servido de mucho. Con una estatura de tres metros y el pelo de brillante color plateado, a Bob no se le daba muy bien el sigilo.
A unos treinta metros de los monstruos más cercanos, Bob se volvió para mirarme.
—No hagan ruido y quedaos detrás de mí —aconsejó—. No se fijarán en vosotros.
