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Pasaron las semanas y la relación sin etiqueta de Hugo y Eva iba de maravilla.

Acordaron no decir nada a sus amigos y simplemente dejarse llevar.

Una fría tarde de febrero, y con la excusa de ir al estudio, Eva huyó de su piso para dirigirse al de Hugo.

Llevaban varios días bastante ajetreados y sin verse y se echaban de menos.

El cordobés, que no había sido avisado de la visita, se llevó una agradable sorpresa al encontrarse a la gallega al otro lado de la puerta.

- ¿Qué haces aquí? - preguntó sonriendo cuando abrió.

La chica rió y bromeando contestó:

- Hola a ti también, agradecería que me dejaras pasar antes de que me congele.

Ambos estallaron a carcajadas y el chico se apartó para dejarle paso a la castaña.

La chica entró al piso y olió un agradable aroma a puchero. Al típico puchero andaluz que probó en Córdoba más de una vez, ese que hacía Ana cada vez que la visitaban porque sabía que a ella le había encantado desde la primera vez que lo probó.

Y se sorprendió porque no se imaginó nunca a Hugo cocinando puchero. Pero ahí lo tenía.

- No me digas que estás haciendo puchero de tu madre - sonrió.

- De mi abuela - le corrigió él - La receta era de mi abuela.

El chico se adentró de nuevo en la cocina y ella le siguió.

- Te sorprendería la de cosas que he aprendido ha hacer a lo largo de estos años - sonrió orgulloso el andaluz.

Eva se apoyó en el marco de la puerta y observó enternecida al chico removiendo esa olla que a decir verdad, olía demasiado bien.

- ¿Te quedas a cenar? - preguntó el rubio mirándola sonriendo.

Ella imitó la sonrisa y no pudo resistirse a la petición.

- Si me vas a dejar probar esto no puedo negarme - contestó.

Se acercó a él, que sonreía concentrado en la olla y le abrazó por detrás dejando un suave beso en su hombro.

El chico bajó un poco el fuego cuando creyó que ya estaba listo y se giró para abrazar a la chica y dejar también un beso sobre su cabeza.

- Te he echado de menos - confesó en un susurro.

Eva se apartó un poco para mirarle divertida.

- Llevamos solo unos días sin vernos.

- Me da igual.

Apoyaron sus frentes y sonrieron antes de unir sus labios en un suave beso cargado de amor.

Cuando se separaron, ella dejó un beso en la mejilla de él y se retiró al salón para acomodarse en el sofá y poner la tele. Como si estuviera en su casa.

Hugo apareció minutos después informando de que el puchero ya estaba listo. Ella le miró sonriendo orgullosa y él, cuando la vio allí tumbada, descalza y tan cómoda como si fuera normal estar allí así, pensó en lo mucho que había echado de menos esta situación y lo feliz que volvía a ser.

Eva se apartó un poco hacia un lado del sofá indicándole a Hugo con un leve movimiento de mano que se tumbara junto a ella.

El chico obedeció a la petición y se tumbó abrazándola.

- ¿Sabes? El otro día me llamó Sam - le comentó la gallega unos minutos después.

- Uf - suspiró Hugo bromeando - Malo.

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