Conejo Saltarín

345 49 33
                                    

20

Expiró, cansado y apesadumbrado por la situación. 

Los exámenes no le daban un descanso en su ir y venir universitario, además de que la pelea con el rubio le tenía muy distraído de sus deberes. 

Chasqueó la lengua con molestia al recordar a ese pequeño dolor de cabeza. 

Habían pasado cerca de dos semanas y media desde aquella extraña disputa, pero Adrien no se había atrevido a mostrarle su rostro desde entonces. Siempre que asistía a la mansión para intentar arreglar las cosas con él, Emilie le recibía con una sonrisa incómoda en el rostro para proceder a negarle al rubio. 

Gabriel, por otro lado, ni siquiera mencionaba a su hijo. Se limitaba a aceptar su ayuda en sus experimentos sin reclamarle o darle alguna explicación. Luka agradecía que no se lo tomara mal pero, una parte de él, creía que al hombre le daba igual lo que sucediera entre ambos chicos. 

Golpeó su cabeza contra el escritorio cuando la clase terminó. Sus compañeros salieron apurados mientras otros cuantos se quedaban a charlar. 

El azabache meditó el asunto, con la frente apoyada en la fría madera. No faltaba mucho para la entrada de la primavera pero Luka ya deseaba que el invierno se fuera lo antes posible, el frío no le permitía pensar de forma adecuada. 

¿Qué debería hacer para que Adrien aceptara verle por fin? ¿Acaso tenía que escabullirse a su habitación como un vil ladrón? Lo pensó seriamente, sin embargo, se deshizo de su plan de inmediato. Si hacía tal cosa, Adrien no sólo se enfadaría, era probable que Gabriel no le permitiría entrar a su casa de nuevo. 

Se llevó las manos a la cara con exasperación. Deseaba tanto ver su cara, incluso admitía que extrañaba sus comentarios pervertidos. 

No lo entendía en lo absoluto, creyó que todo estaba bien entre ellos pero, de un momento a otro, Adrien se enfadó por alguna razón y terminaron en esa situación tan inusual. Si tan sólo supiera qué es lo que había hecho mal, podría disculparse apropiadamente.  

Hizo una mueca. Era curioso, pero, en los últimos dos años y medio, jamás había estado tanto tiempo separado del menor. 

El rubio siempre le pareció muy empalagoso como una lapa pero, ahora, se percataba de que ambos eran iguales. Adrien no se despegaba de él y Luka corría a su lado al menor llamado. 

Sus miedo habían cobrado vida: pasar tanto tiempo con el chico, le hizo volverse como él. 

Se revolvió el pelo con molestia al caer en cuenta de su error. 

—¿Qué mierda me hiciste, Adrien? Ahora soy tan raro como tú —dijo para sí con una boba sonrisa en los labios. 

[...]

Condujo a la mansión como todos los días, dispuesto a ser recibido por el menor en esta ocasión. Había comprado un ramo de flores para ello, pues sabía cuanto le gustaba al rubio que tuviese ese tipo de gestos románticos con él. 

Apenas llegó, Emilie le abrió la puerta como siempre, portaba esa expresión de infinita incomodidad, negándole con la cabeza para decirle que Adrien no quería verlo, poco después. 

—Por favor, Emilie. No sé que les dijo Adrien pero de verdad necesito verlo. No quisiera pasar mis días arrepentido si algo llegara a sucederle —explicó con un gesto lamentable que tuvo efecto en la mujer. 

Ella suspiró, rendida, antes de abrir la puerta por completo y darle el libre pase. 

—Está bien, Luka, sólo porque esta vez no está Gabriel. Así que asegúrate de arreglar las cosas con Adrien lo antes posible, ¿de acuerdo?

Misterios en París (Lukadrien)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora