Capítulo 32

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Alex.

El sonido de la lluvia era tan fuerte que se escuchaba por toda la casa, pero desde mi lugar era hermosa de ver y aun mejor porque la acompañaba una fría brisa.

Nos encontrábamos en el jardín, mi pequeña hermana había insistido tanto en querer estar aquí mientras llovía que no pude negarme; es que no había forma de decirle que no a esa traviesa.

¿Qué haces, nena? tenía un buen rato sin decir nada.

Nada. Le daba unos últimos retoques a esto que quería mostrarte se levanta de la silla y toma el lienzo que no me había dado cuenta que tenía.

¿Qué es? inquirí.

Míralo por ti mismo lo gira hacia a mí y me quedo sorprendido.

No por el gran dibujo que había hecho, aunque he de admitir que lo hizo genial; había dibujado un paisaje y no uno cualquiera, no tenía los típicos colores verde, azul y amarillo. Ella le había dado su propio toque.

Lo que sí me sorprendía era que la gran mayoría del dibujo estaba pintado de negro; era algo inusual...

¿Por qué tiene tanto color negro si es un paisaje? curiosee, enarcando un ceja.

Ella sonrió como si estuviese esperando aquella pregunta.

Porque pude descubrir que desde la más profunda oscuridad puede salir algo hermoso. No se trata de un color, lo importante aquí es lo que quieras transmitir a través de él.

Destellos de aquel recuerdo se pasean por mi cabeza, sin duda alguna ella tenía razón.

Y a pesar de tener poca edad era toda una sabionda.

Observo los cuadros que se encuentran en mi habitación y los examino; confieso que a la mayoría no se les distingue qué es, sin embargo, en ellos está impregnada mi alma.

Dos toques en mi puerta desvían mi atención.

―¿Alex? ¿Puedo hablar contigo?

Aquí vamos...

―Adelante, mamá.

Me incorporo de la silla y voy hacia la cama. Mamá entra y se queda unos minutos mirando los cuadros que había estado observando minutos antes.

―Son hermosos, siempre supe que serías un gran artista ―camina hasta detenerse frente a mí y finalmente sentarse.

―Solo son dibujos, nada del otro mundo ―mascullé.

Ninguno dice nada por unos minutos, pero no hay que ser un genio para saber que está maquinando algo en su cabeza.

―Ya suéltalo, mamá ―incité.

Una sonrisa triste se desliza por sus labios.

―Son inspirados en ella, ¿cierto? ―aparté mi vista al escucharla.

Lo que me faltaba, que también ella viniera a recordármela.

―Sí ―murmuré.

―¿Hasta cuándo, Alex? ¿Hasta cuándo seguirás así? Yo necesito a mi hijo de vuelta, el que se reía a carcajadas, salía con amigos...

―Ambos sabemos qué sucedió la última vez que salí con amigos.

―Y ambos sabemos que nadie tenía idea de lo que pasaría después ―dijo, con voz dura.

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