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Calladita en una esquina... Así es exactamente cómo estoy mientras Miguel se deshace de la camisa blanca que lleva. Observo la lentitud de sus movimientos con repugnancia porque parece que intentara provocarme algún tipo de deseo hacia él, pero, claramente, no es el caso. Jamás en mi vida sentiría atracción hacia alguien que me ha humillado, secuestrado y golpeado para hacerme ver su poder. Siempre pensé que Iván era retorcido, pero desde que estoy aquí he comprobado que es un osito de peluche en comparación con el tipo que tengo delante de mí. Miguel me da asco y su manera de humillarme con sutileza me pone enferma; tal es así que no me muevo. Yo, Jessica Rojas, doblegada y en silencio frente a un hombre... Qué bajo he llegado.

—Me gusta tu voz, Jessica —confiesa de espaldas a mí—. Deberías usarla más conmigo.

Trago saliva y miro hacia otra parte. Las esposas enganchadas a una cadena que rodea mi cuello hace que el movimiento resuene por toda la habitación y siento su mirada sobre mí antes de escuchar su ligera risa.

—Siento si soy tan radical, pero no puedo permitir que el incidente del otro día vuelva a repetirse.

Se refiere a que tengo las muñecas pegadas al pecho a causa de la cadena que me rodea el cuello para que no pueda intentar asfixiarle nuevamente. Siento las manos dormidas y únicamente se me permite quitármelas a la hora de dormir; sin embargo, me atan con otra cadena a la cama, así que no puedo hacer mucho. Tampoco duermo porque se supone que debo hacerlo con Miguel y ni de coña voy a hacerlo. La falta de sueño me está pasando mucha factura porque no soy capaz de cerrar los ojos por la noche.

No respondo.

Me enferma que sea tan bipolar, tan jodidamente demente. Unas veces me trata con total confianza y naturalidad y otras como el loco desquiciado que es. Siento que en cualquier momento me dará un guantazo o tratará de violarme; cualquier cosa es de esperar de él.

Escucho que se acerca. Cada paso que da resuena en mi mente y el corazón se me acelera. Tengo miedo, todo hay que decirlo. Me aterra la idea de pasar el resto de mi vida aquí, pero más me horroriza saber que he dejado de luchar. He perdido tanto las ganas de seguir adelante que he acabado sucumbiendo a ser tratada como a ellos les dé la gana.

—Lamento que tengas esa marca en la cara —oigo su voz cerca de mí, demasiado... Hasta los vellos se me erizan—. No pretendía herirte así.

«Seguro que no...», pienso, mostrándome firme en mi decisión de no hablar.

Miguel suspira y siento su aliento contra mi mejilla.

—De verdad que lo lamento, cariño, pero así aprenderás a comportarte.

Aprieto los dientes porque la rabia y la impotencia están apunto de desbordarse por mis poros. Quiero llorar. Quiero gritar hasta quedarme sin garganta. Quiero cerrar los ojos y ver que todo ha sido una pesadilla al abrirlos de nuevo.

Se queda observándome unos segundos que se me antojan como horas. Tan lentos... Tan tortuosos...

—Tengo una sorpresa para ti —toma mi brazo con delicadeza y me hace levantarme del suelo. No tengo muchas ganas de hacerlo, pero he llegado a un momento en el que luchar no me sirve de nada—. Creo que es algo que te hará mucha ilusión.

Abre la puerta sin soltar mi brazo y me conduce al pasillo, empujándome con sutileza, como si el hematoma que tengo en la cara no fuera culpa suya. Me lleva lentamente a su lado como si nada, como si no estuviera con las manos encadenadas al cuello. Ninguna de las personas con las que nos cruzamos me dirigen la mirada, al parecer no les impresiona que una mujer vaya encadenada al lado de Miguel, lo que me hace pensar que aquí todo el mundo está majareta de verdad.

Riesgos TentadoresWhere stories live. Discover now