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Abrí el Gmail, temblando, y este decía:

"Hoy no fuiste al colegio, ¿acaso tu cuerpo de vaca no te dejo pasar por la puerta?"

Tuve ganas de llorar, fue lo más horrible que me habían dicho jamás, pero me aguanté las lagrimas y me puse a pensar que estos ataques terminarían si bloqueaba la cuenta de Gmail y así lo hice.

También se vino a mi cabeza el hecho de que esos comentarios eran por mi cuerpo, lo tomé como una señal de que tenía que seguir con las dietas hasta estar flaca. Yo quería ser una chica perfecta, no importaba cuanto costara.

Llegó la hora de la merienda y vi las dietas, en una decía: "un vaso de agua con 1 manzana cortada en trozos finos", me pareció buena idea así que lo hice. Como era de esperarse, tampoco me llené.




Mi mamá me llamó a cenar, le dije que ya había comido antes y que no tenía hambre, aunque por dentro el desgarrador sentimiento de querer comer me dominaba.

Me fui al baño a mirarme al espejo, me veía más flaca, tan solo un poco y estaba a punto de saltar de felicidad.

"Un poco", con el tiempo, dejó de ser suficiente; no quería un poco, yo quería que se me notaran las costillas, que el abdomen se me marcara y tener una cintura que simulara que mis órganos estaban apretadísimos.

Debería haberme dado cuenta de lo que estaba haciendo, mirarme al espejo, pero hacerlo bien, y decir: "no existe un cuerpo sano y flaco, en una mente enferma".

Entre balanzas y cintas métricas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora