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Preparad los pañuelos, porque este capítulo es algo triste
(yo solo lo dejo caer...)

La canción de arriba es una que dejo por si queréis escucharla mientras leéis.

Sin más que añadir, espero que os guste. <3

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El contacto de sus labios era adictivo, tan bueno o incluso mejor que la primera vez que se unieron. El pelinegro no me empujó, en vez de eso correspondió mordiendo mi labio inferior mientras me atraía hacia él. Movía mis labios a un ritmo frenético, quería más, mucho más.

- Gracias-. Dije una vez rompimos el beso.

Young Hyung se encogió de hombros y se alejó sin decir nada mientras. Yo le seguí con la mirada. Él se dirigió a la mesita y cogió las vendas y los guantes que se encontraban en esta. Se giró por unos segundos y cuando nuestras miraras se encontraron, sonrió antes de salir de la celda sin decir nada.

Suspiré y me senté en litera con la mirada perdida. A veces me preguntaba por qué seguía cayendo en sus brazos una y otra vez, por qué era yo el que parecía que le iba tras él. Una de mis manos se deslizó hacia mi cuello y acaricié esa zona, sorprendido de no tener marcas, lentamente ascendió y ejercí presión sobre mis labios. Cerré los ojos, imaginado que eran los labios de Young Hyung los que se encontraban contra los míos y moví mis labios contra mi mano, imitando los movimientos al besarnos.

Gemí al escuchar la puerta ser abierta, molesto y a la vez avergonzado de que alguien hubiera sido testigo de lo que acababa de hacer. Relamí mis labios y dirijí mi mirada allí, esperando encontrarme con el pelinegro.

- Levántate, tienes visita.

Esa voz... estaba claro que no era la de Young Hyung, el guardia a quién pertenecía la voz era un tipo alto, musculoso, de tez pálida y de cabellos rizados y rubios. Llevaba una placa consigo, al igual que el resto de los guardias del lugar, estaba sucia, pero se podía leer claramente "Christopher Bang".

Vacilé unos instantes, pero obedecí y me levanté para seguirlo por los pasillos de la prisión. Algunos presos que nos habían visto salir de la celda, agachaban sus cabezas en un acto de sumisión y respeto hacia la persona que seguía. Era sorprendente por la reacción de aquellos presos que eran considerados "de la nobleza" o gente con cierto poder, estos desviaban la mirada cuando los ojos del rubio se encontraban con los suyos.

Miraba a mi alrededor con curiosidad al pasar por esos lugares en los que no había estado antes. Entramos a un lugar que había visto algunas veces en las películas. Se trataba de una sala en la que se les permitía a los presos hablar con familiares u amigos a través de un cristal, me sentía como si fuera un niño de tres años que mira a su madre a través de la ventana tras ser abandonado en el colegio el primer día.

- Tienes cinco minutos.

Él anunció. Yo asentí con la cabeza antes de entrar inseguro y hecho un manojo de nervios. encontrarme con el rostro de mi madre. Estaba sentada, la mas hermosa y la mujer a la que queré por el resto de mis días tenía con los ojos cerrados y juganba con claro nerviosismo con sus manos.

No podía ser real.

En el momento en el que me senté en frente de ella sentí un nudo en la garganta. Sus ojos se abrieron, dejando ver el color miel de sus iris y al encontrarse con mis ojos cristalizados esbozó una pequeña sonrisa y puso la mano en el cristal que nos separaba. Mis labios se curvaron formando una mueca de dolor en el momento en el que hice el mismo gesto que ella y sin ser capaz de mirar su rostro, cubrí mis ojos con una mano y bajé la cabeza para que no pudiera ver mis lágrimas.

No habían palabras, no habían miradas ni contacto físico, ninguno de los dos sabía como romper el hielo.

Suspiré hondo con un sollozo. Aparté la mano de mi rostro para poder tomar el teléfono para hablarle, necesitaba escuchar su voz, aúnque sea, solo una vez más.

- Hola, mamá...- le sonreí mientras mis lágrimas se deslizaban por mis mejillas.

- Mi pequeño-. Dijo en un susurro y me estudió con la mirada. - Mirate, estás flaco. ¿Comes bien? ¿Descansas bien? ¿Te tratan bien? ¿Sigues haciendo deporte? ¿Tienes amigos?...

- Mamá, no te preocupes, estoy bien-. Le corté, derrotado por escuchar sus palabras. Odiaba mentirle, pero debía de hacerlo, por su bien.

Había intentado maquillar sus penas, se ponerse una máscara con una sonrisa reluciente, pero su voz era como un hilo delgado que podía romperse en cualquier momento y cada parpadeo suyo era más largo que el anterior, deseando cerrarlos y despertarse de la pesadilla que le está haciendo vivir su hijo.

- Qué me dices de vosotros? ¿Cómo estás? ¿Cómo está mi hermano Mark?

Mi hermano, si había algo que me hubiera encantado poder hacer, es que él pensara que estoy en un campamento, ahorrarle las noches de insomnio pensando en su hermano, en si podrá abrazarlo pronto, sentirle cerca o si seguirá vivo...

- Él está bien, pero te hecha mucho de menos-. Se aclaró la garganta antes de continuar. -Me acuerdo de cuando se enteró que fuiste arrestado, fue por una amiga mía que se fue de la lengua. Al principio estaba enfadado contigo, creía que eras culpable y no dejaba de quejarse porque no podía borrarte de su mente.

Ella apartó la mirada y yo cubrí mi rostro de nuevo.

Era increíble, pero hasta yo mismo había llegado a dudar de mis propias acciones. "¿Realmente lo has matado tú? ¿Eres tú el culpable?" Le preguntaba a mí reflejo como si fuera un impostor que se había disfrazado de mí con el fin de joderme la vida.

- Pero, pero con el paso del tiempo supo que su hermano nunca podría hacer algo así, que su hermano es un angel y tales seres puros no merecen que un infierno como este queme sus alas y les convierta en ceniza.

Golpeé la mesa con fuerza, ganandome una mirada de advertencia del guardia.

De por si mi estancia en la carcel me agotaba mental y físicamente, pero lo que más me dolía era saber que ahí fuera, en la calle, había gente que estaba sufriendo por mí, que posiblemente habían dejado de ser quiénes el día en el que me declararon culpable.

- Pero este mundo es cruel e injusto y es por eso que estoy aquí. Ellos piensan que están haciendo lo correcto al encerrarme aquí, que soy un bastardo que mató a su mejor amigo y por ello merezco estar aquí, pero ellos no saben la verdad.

- Tú padre solía decir eso...

Mordí mi labio inferior hasta que noté el sabor de mi propia sangre. Después de ese comentario ninguno de los dos articuló ningun sonido, nos quedamos mirando a los ojos del contrario como si no existiera nada más.

- Mamá, quiero que me prometas algo.

Ella asintió.

- No vuelvas, hagas lo que hagas no vuelvas-. Mi voz era indiferente, sin sentimientos. Vi trató de controlar las lágrimas que se escapaban de sus ojos, escurridizas que llevaban demasiado tiempo retenidas.

Esa sería la última vez que nos veríamos, o al menos mientras estaba en la carcel, porque estaba dispuesto a rechazar todas y cada una de las visitas que mi madre o hermano solicitaran para poder verme.

- Mudaos, comenzad una nueva vida en un nuevo barrio, en un país diferente, lejos de aquí, lejos de mí... Prométeme que te irás y que pase lo que pase, no volverás a por mí.

Le miré, esperando una respuesta. No dejaban de brotar lágrimas de sus ojos y negaba con la cabeza gritando con la mirada que retire mis palabras, que lo que acababa de decir era una broma de mal gusto... pero a pesar de que quería abrazale y decir lo que ella quería escuchar, no podía. Sabía que mis palabras se clavaban en su pecho como puñales, pero los años que me esperaban en prisión serían un sin vivir para todos y yo, yo no me veía capaz de poder seguir luchando sabiendo que no estoy haciendo más que daño a las personas que más quiero.

- Prométemelo, por favor-. Insistí una vez más, pero su voz fue reemplazada por un ruido blanco que se quedó grabado a fuego en mí. La línia se había cortado.

- Su tiempo se ha acabado.

El convicto; BriWonWhere stories live. Discover now