• Parte III •

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El encanto cautivador de aquella muchacha que no parecía ser mayor a veinte años hipnotizó a Claude.
El mundo del Conde se paralizó en un parpadeo, sus sentidos se habían concentrado uno por uno en ella. En sus largos cabellos castaños, en su piel blanca que dejaba denotar las ojeras bajo la luminosidad de los iris verdes; sin embargo, el cansancio se ausentaba.

En ese momento, la única belleza que había conocido poseía el nombre de Caterina, se desvaneció como pintura en el tiempo. Ya no valía la pena ni recordarla. Pensó que no pudo haber sido más estúpido por perder el tiempo en una mariposa opaca, cuando otra llena de vida y colores arcoiris revoloteaba sobre su cabeza; a metros arriba suyo, pero allí estaba.

Una magnífica mariposa.

—¡Hija mía! —exclamó la mujer con inmensa alegría.

La muchacha abrazó cálidamente a su madre, y luego a su padre. Éste último besó su frente a modo de agradecer por el regreso.

—Padre, pude conseguir lo que me faltaba, además del pan por supuesto —comentó en voz baja, como si no quisiera ser oída por los escasos presentes.

—Oh, hija mía, me alegra que pudieras conseguirlo —felicitó él esbozando una gran sonrisa.

—¿Qué pasó aquí? Pude oír el alboroto hasta la vivienda del panadero.

—Una señora quiso faltarnos el respeto —comentó la madre—. Intentó humillados junto a otras, pero... de no ser por el amable Conde...

Que pronunciaran su título sacó al hombre de los pensamientos más profundos, inspirados por la muchacha.
Hizo sonar levemente la garganta, adoptó una pose sublime y casi reverencial ante aquella familia.

—Conde Charles Claude, para servirle, oh estimada... —se presentaba mientras tomaba su delicada mano.

Mas esa presentación no concluyó. Le quitó la mano de entre las suyas.
Charles alzó la mirada hacia ella. No mostraba signo alguno de interés, o agradecimiento, o parecido; todo lo contrario, endureció sin motivo aparente.
El matrimonio, y los presentes ahogaron un gritito de asombro ante el rechazo.

La madre posó las arrugadas manos en los hombros de su hija.

—Hija...

—Es usted el conde de Black Arrowers —mencionó fría—. ¿Estoy en lo correcto? —Charles confirmó asintiendo con la cabeza—. Entiendo. ¿Qué pedirá a cambio de la ayuda que dio a mis padres? Porque nadie ayuda a una pareja de ancianos por placer, señor.

Louise abrió bien sus ojos, dirigiéndolos hacia su señor. Las señoras no lo resistieron y cuchicheaban entre ellas, mezcladas entre asombro y desaprobación.
Los padres palidecieron, mirando con temor al Conde.

Sir Claude, en cambio, permaneció en la más absoluta calma a pesar del agresivo comentario. De hecho, que la joven reaccionara de esa manera contra él le resultaba divertido.
Tener un título nobiliario no lo hacía diferente a cualquier otro humano.

Si a un rey se le quita la corona, será tan hombre humano como un panadero o pordiosero.

Dejó escapar una tenue risita.
Y delineó una delicada sonrisa para ella.

—¿Es su pensamiento el creer que un hombre al ayudar, lo hace por una recompensa? —preguntó.

—No se responde a una pregunta con otra. Siendo usted un conde, debería saberlo.

—Mi título no me exenta de ser como cualquier otro mortal en la tierra. Puedo equivocarme a propósito, dama encantadora.

—Mi nombre es Emma, no "Dama encantadora".

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⏰ Última actualización: Dec 20, 2020 ⏰

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