Capítulo 16

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Estaban por la parte trasera del shopping, ya casi podían oler la gasolina del estacionamiento, aquel olor que siempre abundaba en cada centímetro del subterráneo.

La niña, o como Zimmer la había llamado, Renacuajo de Cabello Dorado, estaba ahora en sus brazos, cabeceando en una batalla por no cederle la victoria al cansancio.

Debió haber hecho un viaje muy largo para llegar hasta aquí en este estado.

Ni él podía imaginarse cómo una criatura tan chiquita pudo haber atravesado todo un infierno para llegar con aquel ánimo. El auto de juguete se asomó por el pequeño bolsillo de su campera multicolor. Lo empujó un poco adentro para que este no cayera al piso y así evitar un llanto incesante en el futuro.

Agachó un poco la vista, concentrándose en aquellos ojos de tono rosa, rarísimo y jamás visto por el mundo. Zimmer no se atrevió a nombrar algo acerca de la anomalía, porque evidentemente aquello no era usual y menos en una chiquilla. Estaba acostumbrado a ver globos oculares de tonos oscuros y claros, pero ¿rosas?

¿La pequeña estaba pasando por alguna enfermedad? Posiblemente su páncreas no funcione de manera correcta. ¿Tendrá ictericia? ¿Necesita a un médico profesional? Podría llevarla con Paul si así lo requería, aunque él no estaba tan avanzado en el campo de la medicina para dar un diagnóstico certero.

Si la pequeña requería de un profesional, la tendría difícil. O puede que se esté haciendo la cabeza y Zimmer la haya estado atendiendo desde hace tiempo. No es médico, sino científico, pero sus conocimientos sirven demasiado para esta ocasión.

Fuere lo que fuere, el rosa en sus ojos combinaba bastante con los rizos blancos de su cabello. Su rubio no era uno fuerte, sino uno calmado, más tirando para blanco, lo que daba bastante con su tono de piel, que también era blanco, aunque no tanto como el de Roma. No obstante, lo que más atrajo su atención fue lo delgada que era. Se hacía muy fácil cargar con ella, y eso que los niños tienden a ser pesados, aunque este no era el caso.

Bird era liviana y el estatus de su cuerpito le preocupaba bastante. Solo esperaba que el médico supiese lo que hacía con ella y que su responsabilidad se dirija al bienestar de la personita que descansa en sus brazos.

Hace unos minutos atrás estaba sujetando su mano, ella se impulsaba de él para después dar grandes saltos, la típica actividad que todo niño realiza. Aquello le recordó su infancia, las tardes en las que sus padres lo llevaban al parque o al supermercado, para que los acompañe a hacer las compras de la tarde. Jamás se creyó capaz de volver a revivir esos tiempos con una nostalgia bastante fuerte. Sí, pensaba en ellos a diario, pero la aparición de Bird hizo que resurgieran con más fuerza de lo normal, como si ella misma los hubiera evocado.

Nunca vio posible que un humano pueda encarnar memorias antiguas en otro.

Juana: —Así que... —se atrevió a romper el hielo mientras veía los cristales de algunas tiendas de moda—. ¿Nos dirás qué pasó?

Zimmer se giró con el entrecejo arrugado.

Juana: —Ya sabes, cómo llegaste con una criatura en tus brazos escapando de un grupo de... ¿mercenarios? —cuestionó la última parte.

El médico no les dijo mucho, solo que era el punto fijo de un grupo hostil que lo buscaba a él y a la pequeña. A una niña que ni siquiera llegaba a los diez años de edad.

Zimmer apareció de la nada y es verdad que no podían depositar toda su confianza en él, pero es mil veces conveniente aliarse con él que con unos tipos que buscan capturar a una niña.

¿La razón?, era desconocida, pero Nicolás sospechaba que la supuesta inmunidad de la pequeña tenía algo que ver.

Zimmer: —Locos de mierda —sentenció con frialdad en sus cuerdas. La sangre se transformaba en un lago de hielo cuando aquellas personas llegaban a su mente—. Eso es lo que son y siempre serán. La gente de mierda es sencilla de encontrar. Lástima por la que no lo es.

Day Z T6 Sin Mirar AtrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora