Cien años permaneciendo en Estado Avatar, tarde o temprano pesaron sobre los hombros de Aang, el mejor Avatar que la historia podría recordar. Lentamente, la llama de su vida que había ardido con tanta intensidad, poco a poco se extinguía. En su lecho de muerte, solo una persona pudo acompañarlo, aquella que lo trajo a la vida en más de una ocasión, el ancla que lo mantenía fijo en el mundo terrenal. Pero incluso a sabiendas de lo que iba a ocurrir, Katara no estaba lista para dejarlo ir.