Pasillos fríos, paredes blancas y un cóctel de medicamentos son plato de cada día para Itzel. Desde que ingresó al hospital su vida se ha sumido en una constante rutina y desesperada por algo de normalidad, intenta hacer los días más ligeros a pesar de que la muerte ronde los pasillos. Hasta que un día una melodía de cuerdas viaja a través del hospital para ser oída y despertar la curiosidad de la chica del corazón roto.