XII

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«...la necesidad de entregarme a tí, está en cada parte de mi piel.»

Podía ver la perfecta curva que se hacía en la espalda del joven, arqueada y dejando ver el contorno perfecto de su trasero, sosteniéndose sobre sus manos y rodillas. Las manchas rojas de la cera se escondían con las que había formado el calor en cuanto ésta caía sobre su espina dorsal solidificandose en su piel. Debes en cuando su cuerpo anunciaba los espasmos al sentir el calor en lugares ya enrojecidos, sus dientes superiores mordian su labio inferior y sus ojos se mantenían cerrados para que no fuesen molestados por las gotas de sudor que caían desde su cabello.

En su cuello llevaba un arnés de color negro, en una tela muy parecida a la del charol, brillante y elegante. Por el arnés se dejaba caer una extensa cadena de metal que al final tenía una mango de la misma tela. La sumisión jamás había pasado por su cabeza, de hecho, conocía de ella por historias en investigaciones para sus cuadros, pero todo deseo oprimido y desconocido estaba relatado en los escritos de sus óleos. Ahora, justamente ahora, podía estar completamente seguro que la sumisión es algo que entraría en su lista, sobre todo porqué quien lo estaba sometiendo era aquél tipo de los tatuajes, que también sometía sus emociones y más profundos sentimientos llenos de fundición.

– Puedes decirme si debo detenerme – escuchó la voz grave de su experimentador –. Todo deja de ser placentero cuando el daño que estamos obteniendo no es disfrutable, eso no te hace ni más ni menos.

– Puedes seguir, amo.

Gerard respondió con tanta seguridad que el escalofrío no tardó en recorrer el cuerpo de Frank. Sabía que alguien más, fuera de esas cuatro paredes, le estaba entregando algún tipo de placer lleno de sentimientos, y a pesar que a veces eso dolía, no dejaba de pensar que las reglas en su vida eran más importante, incluso más que el amor de su neofito.

Frank soltó un pequeño gruñido al escuchar la palabra "amo", aquello le descontrolaba y le hacía sentir, por minutos, el dueño del castaño.
Dejó la vela escarlata a un lado, esperando que se consumiera, tomó el extremo de la cadenas y enrolló parte de ella en su manos, sosteniéndose tan fuerte que sus tatuajes resaltaban aún más por las venas que se marcaron en su mano por la fuerza ejercida. Atrajó la cadena a su pecho, haciendo que Gerard soltará un gran quejido al tener que encorbar aún más su espalda. Frank sonrió para si mismo, con su otra mano acarició la cintura de Gerard, se inclinó sin dejar de sostener la cadenas y mordió  la enrojecida nalga de Gerard, enterrando sus dientes y dejando una imprudente marca de ellos en él. Luego de ello recuperó la postura anterior y llevó su extensa anatomía a la cavidad de Gerard. Completamente excitado y naturalmente lubricado, su cuerpo recibió con gusto la primera embestida del tatuado.

Certera, cálida y llenando la profundidad de su sumiso por completo.

[...]

El otoño en Nueva York era de película, las hojas amarillas y amontonadas a un lago de las cubetas, los árboles quedando desnudos porqué el follaje había decidido volada por los aires. El atardecer, las nubes, el cielo perfectamente gris con colores violetas. Definitivamente eran sus escenas favoritas. Terminó de dar la última calada a su cigarrillo, observó los escalones de la entrega de la Universidad y sonrió al ver cómo el castaño se acercaba con una gran sonrisa enmarcada en sus labios.

– ¿Te gustaría tomar un café? – preguntó el tatuado.

– Posiblemente – suspiró –. Pero tengo un compromiso.

Una pequeño malestar en el estómago de Frank hizo que su sonrisa llena de entusiasmo desapareciera. En su mente desaprobaba todo lo que le impidiera estar un segundo al lado de Gerard, pero entendía que así debía ser.

Dentro de él cabía la posibilidad del arrepentimiento, las ganas de volver el tiempo atrás y haber reservado por completo sus palabras sobre aquél club. Por primera vez en su vida estaba odiando las reglas y estaba lamentando no ser aquél compromiso.

Trató de mostrarse sereno, pero la vena que se marcó en su cien habló por si sóla.

– Bien. – respondió sin ningún tono de voz.

– ¿Bien? – Gerard lo miró incrédulo –. Frank, no te imaginas cuánto quiero que sea tu quien toque mis labios y...

– Te he dicho que está bien – lo interrumpió en un tono de frustración –. Gerard, no soy nadie para que te excuses.

– Sí lo eres – Frank al escuchar aquello se negó, diciendo en un susurro "Te equivocas"–. Sabes que no me equivoco.

– Bien, será mejor que te vayas – sonrió irónico –. Buscaré a quién recitarle a Neruda.

Gerard soltó un bufido de molestia, acomodó su morral de cuero en su hombro y antes de escuchar alguna palabras más, se dispuso a caminar.

Simplemente era un cobarde, Frank era cobarde. Sabía cuánto le dolía el hecho de que él estuviera compartiendo sus labios con otro, lo peor es que si supiera con quién los compartía, le dolería aún más.

Sólo quedaba esperar, mirar su ojos y disfrutar de sus cuerpos en medio de aquél círculo, aunque mantendría la fé en qué volvería a tocar los labios del tatuado, después de todo, aquella confesión pura y sincera, jamás dejó de ser cierta.

Frank se convertía en la fé de Gerard.

The Kinky Club [×Frerard×] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora