|III: DUCHA|

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|Ducha|

Su cuerpo estaba impaciente, pues su ilusión al escuchar los pasos provenientes del otro extremo del pasillo se desvanecía con lentitud al cabo transcurrían los minutos. La cálida luz de las velas encendidas creaban largas sombras tenebrosas producto de las telarañas y telas ahuecadas que colgaban del techo, como si en su momento las telas hubieran servido de decoración, ocultando el cielorraso artístico con una de las obras a medio terminar de Michelangelo di Lodovico; The creation of Adam. No podía comprender como alguien quisiera ocultar la divinidad de la pintura, aun estando corroída por el moho, creía que era una pieza que no debía desperdiciarse de esa vil manera.

Volvió a escuchar los pasos en el pasillo, pero su corazón ya no dio un vuelco cuando sucedió, ni sus ojos se iluminaron buscándolo en la habitación, ni mucho menos se giró al escuchar la puerta abrirse. Permaneció observando las exquisitas vistas que le daba el enorme ventanal, llegando a la conclusión que se encontraban sobre una colina, de haber sido de otra forma, solo podría apreciar los troncos gruesos de los pinos, y no sus copas.

Levantó la mirada cuando la presencia imponente del mayor intoxicaba su vista; sostenía un paquete de galletas integrales y un vaso de agua en la misma mano, mientras la otra se encontraba oculta en el bolsillo delantero de su pantalón. Como si nada le preocupara, como si no hubiera notado que ella palideció ante la hazaña, creando en su cabeza miles de escenarios que incluso él pudo oír retumbar en su mente, causándole asquerosos calambres en el vientre. Como si la presencia de Runa Bridgerton sentada enfrente de su cuerpo, con su océano de miel reparándolo de arriba abajo, no le causara ni el más mínimo efecto. Como si su autocontrol era suficiente para mantenerse tan correcto como siempre.

Pero mentir era una de sus virtudes.

— ¿Va a suponer que le dé de comer en la boca? —Inquirió con fastidio, estirando su mano para que ella tome los objetos.

Sus pequeñas manos tomaron el vaso de agua, primeramente, dejándolo entre sus piernas antes de tomar el paquete de galletas que reconoció como suyo.

— ¿Ha revisado mi mochila?

— ¿Acaso cree que se aparecer comida de la nada? Cállese y coma.

Obedeció, agasajando a su estómago para que deje de rugir de esa forma tan salvaje. Se sentía con extremo nerviosismo ante la presencia de Tom Riddle, más aun cuando los ojos boscosamente verdes del susodicho no quitaban la mirada de su boca, observando con sumo cuidado cuando se abría para ingerir un trago de agua, o un pequeño pedazo de galleta integral–porque intentaba controlar su hambre para no parecer desesperada ante él–. Le tendió el paquete a medio terminar, susurrando un suave "¿Quiere?" que casi fue imposible de oír.

—No como.

—Oh... ¿por qué? No es la mejor cena, pero al menos puede calmar el hambre y los mareos por no comer.

—No como—repitió, recostando su hombro sobre la pared oscura, aun sin dejar de mirar sus labios carmín—. Sáquese el uniforme.

El pedazo de galleta que tenía en la boca se le atoró en la garganta, ahogándola en cuestión de segundos. Su pálido rostro enrojeció, y los ojos se le llenaron de lágrimas, sintió sobre su mano el vaso de cristal que Tom había dejado en ella al verla–divertido–en ese estado deplorable, casi agonizando. Los tragos que le daba al vaso de agua hacían eco en sus oídos, y apretó los puños a los lados de su cuerpo, sintiendo como su respiración comenzaba a volverse irregular y sus ojos no podían quitarse de la clara piel del cuello de Bridgerton, admirando como los músculos internos de su garganta se contraían, subiendo y bajando, cuando dejaba pasar el líquido hasta su estómago.

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