|XIII: RAYOS|

3.9K 307 69
                                    

|Rayos|

Las tormentas de verano solían ser peligrosas para Little Hangleton; los techos de las casas más antiguas desprendían escombros sobre el suelo de sus áticos, los cristales temblaban ante el poderoso sonido del trueno, el pueblo se teñía de un terrorífico color violáceo y la lluvia azotaba todo a su paso con enormes gotas. Sin contar que eran los días favoritos de Tom Riddle.

Adoraba la lluvia tanto como el aroma a muerte. El exquisito petricor colándose por sus fosas nasales le recordaba sus años en el orfanato, cuando sus zapatos se sumergían en el légamo para observar desde lejanía como los niños creían volverse dementes al ser empujados por un ente incorpóreo hacia las profundidades de la tierra. Los infantes solían desaparecer en medio de la lluvia. Algunos eran tragados por la tierra lenta y tortuosamente, otros ni siquiera llegaban a completar sus tareas diarias en el establo cuando por arte de magia se volvían inexistentes. Y nadie los buscaba. Todos temían de los extraños sucesos que ocurrían en el diluvio.

—…y ya. No requiere de mucho esfuerzo—guio sus ojos hacia el reflejo, donde la cabellera pelirroja y el vestido marfil de lino resaltaban en presencia de la tenue luz de las velas, la esbelta figura recostada sobre el mesón y con las manos en cruz sobre su pecho solo manifestaba molestia al no ser oída una vez más—. No lo repetiré.

— ¿Acaso quiere que me arrodille ante usted para pedirle un simple té?

No… Tiene que valerse por sí mismo, Tom Riddle, es de niño mimado creer que toda su vida tendrá a alguien para que le sirva como si fuese una deidad. Y si lo único que ingiere en el día es té, debe aprender a hacerlo con sus propias manos.

—Si me muestra como hacerlo quizás aprenda, señorita Bridgerton…

—Se lo he explicado por veinte minutos, Tom Riddle, usted no desea aprender.

Finalmente giró sobre sus talones hasta tenerla de frente, los brazos le cayeron a los lados de su cuerpo y pareció volverse diminuta cuando posó sus ojos fríos sobre ella. No le temía, su reacción esporádica no se debía al miedo irracional que él le causaba, sino más bien en aquellas corrientes eléctricas que sus cuerpos producían a tan poca distancia. Dos pasos en la lejanía y aún podía escuchar el bombeo de sangre recorriendo sus venas.

—De grosella y limón…— Extendió la mano hacia el mesón en donde ella se encontraba reposada, tomando una de las tazas que recientemente Eloise había lavado, sacudiéndola lo suficiente para deshacerse de las pocas gotas de agua que habían quedado dentro—. Por favor.

Runa Bridgerton cayó en cuenta de que jamás en su vida había quedado atónita ante un gesto cortés. Había adoptado la falta de gentileza por parte de Tom Riddle como algo tan natural como lo es escuchar el chillido de la tetera todas las mañanas. Tan natural que su cerebro había borrado sus recuerdos nulos de gentileza. Estupefacta y con el corazón regocijándose, tomó de las manos de su raptor la taza de porcelana que descansaba en ellas, para, y con mucho detenimiento, girarse y encender el fuego. Las yemas de los dedos le ardieron cuando la vivacidad de la llama las abrazó, se encontraba tan cerca de la estufa que podía sentir las vibraciones del metal crujiente.

Tom Riddle no era capaz de apartar los ojos de la desnudez en los hombros de su huésped, recorriendo con sus perlas boscosas cada punto en ella; el distintivo color de su piel y en la ranura que creaba la unión de un botón en lo bajo de su espalda. Cuando movía las manos para crear ramillos secos de hierbas que luego pondría dentro del infusor, estirándose hacia adelante para alcanzarlas de los frascos viejos sobre la estantería, la falda se deslizaba peligrosamente hasta el borde de los glúteos, acompañado por el compás de la lluvia que golpeteaba el cristal de forma casi armónica, colándose por sus oídos hasta entrar en su sistema nervioso. Los pequeños tics estimulaban su sentido sensorial y no pudo evitar pensar en el libro que había leído en la mañana.

••TE ODIO••Donde viven las historias. Descúbrelo ahora