|XXI: MUSA|

2.8K 244 85
                                    

|Musa|

Se encontraba ansiosa por ver el sol esconderse detrás de los árboles que rodeaban la mansión, sentía que los segundos eran minutos, los minutos horas y las horas: días. Deseaba irse de ese frío cuarto que solo le recordaba cuan sola se encontraba en el mundo. Intentó incontables veces salir de allí, así tantas como su deseo desesperado por entrar a la mitad de la noche. Aburrida ante la situación en la que se encontraba, recorrió cada rincón, curiosa por encontrar algo nuevo que en sus búsquedas anteriores no vio. Sin dudas a Tom Riddle le fastidiaba por demás esta cualidad, le gustaba conservar su privacidad, y el que la pequeña tocase todo aquello que haya encontrado a lo largo y ancho de la estancia, le ponía de los nervios.

Las manos le sudaban cuando se aproximaba a la mesita de noche, deseaba, una vez más, intentar abrirla para rebuscar en su interior aquello que tanto ocultaba su raptor pues las veces que lo intentó, se encontraba con llave. Y, aunque era consciente del peligro que corría su vida, le era imposible controlar su impulsiva curiosidad. Deslumbró la esquina de una hoja de papel dentro del primer cajón, filosa y necesitada de ser tomada.

Se sentó sobre la cama, encorvando su cintura para escarbar con propiedad; las hojas viejas y arrugadas abundaban, lápices y pinceles mordidos por la parte superior y salpicones de tinta negra manchando la madera. El desprolijo cajón de noche no era propio de Tom Riddle, incluso el desorden la sorprendía de forma intensa; se sentía fuera de lugar, como si se encontrase en su cuarto.

Analizó cada pergamino plegado, encontrándose con desastrosos bocetos de ella misma en el jardín, distraída leyendo o realizando cualquier actividad que la involucre distraída, ingenua. Cada uno de ellos tenía detrás la fecha correspondiente y, con una caligrafía excelente, un asombroso «ma muse» que desestabilizó sus pulsaciones.

Tonto Tom Riddle.

No debía conocer aquél idioma para comprender lo tallado, ni mucho menos ser una persona completamente culta para saber el significado de esas palabras. Le parecía irreal lo que sus ojos observaban y siguió recorriendo el cajón de su raptor, asombrándose cada vez más al encontrarse decenas de pergaminos abollados de su rostro. Se preguntó el porqué de tantos dibujos de su persona y si verdaderamente él había hecho cada uno de ellos. Sin pensarlo mucho más decidió que era suficiente y con una torpeza irritante dejó todo en su lugar, de lo contrario temía que su cerebro colapsara.

El llamado de Eloise encendió una alarma dentro de sus sentidos y corrió hacia ella sin siquiera titubear una vez que la cerradura se abrió. Sus manos seguían sudando y el cabello le molestaba al caer sobre su frente húmeda, se sentía «prohibida», como si hurgar cajones ajenos fuera un delito. No creía que por hacer aquello él sería capaz de matarla, es decir; no había hecho nada grave. ¿O sí?

Tom Riddle se encontraba en la cabecera de la mesa, con la cena servida dentro de su plato y una copa de vino en la izquierda superior, al alcance de su mano. Las velas flotantes sobre el mantel iluminaban el lugar como de costumbre y un trapo de seda mantenía a temperatura ambiente la botella de «Cabernet». El dueño de la estancia la invitó a sentarse en el otro extremo, donde el plato y la copa también estaban listos, ninguna situación estaba fuera de lugar. Solo que jamás habían cenado con vino.

—Respecto a lo de hoy… —Comenzó Riddle, cortando un pedazo jugoso de carne—. He notado que su eficiencia en los duelos ha disminuido…

Asintió, tomando la copa para darle un primer trago; el sabor avasalló sus papilas hasta embriagarlas de un exquisito dulzor. Se apresuró a servirse una más, sorprendida por el elixir que se encontraba degustando, y una vez que solo quedaban simples gotas rojas dentro del recipiente, soltó:

••TE ODIO••Donde viven las historias. Descúbrelo ahora