Capítulo 1.

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Honey miraba la puerta con una sonrisa. Como siempre, su expresión era calmada y al mismo tiempo alegre.

Era de mañana, y la tía Eleanor había dejado la cafetería a cargo de él. Estaba acostumbrado a ello; luego de tantos años trabajando para ella, ya se había aclimatado a pelear contra su nerviosismo para atender a los clientes.

Honey era conocido por todos los clientes como un chico amigable y cálido que ayudaba a las personas tanto como pudiera. Muchas mujeres de edad avanzada visitaban la pequeña cafetería sólo para hacerle cumplidos y pinchar sus regordetas mejillas. También había adolescentes que disfrutaban aconsejarle sobre su escasa vida amorosa.

A Honey le atraían los hombres, de eso no había duda. Sin embargo, nunca había estado en una relación debido a su timidez. Cualquier hombre que intentaba perseguirlo terminaba por hartarse de sus sonrojos y tartamudeos.

La campana sonó, sacándolo de sus pensamientos. Enfocó su atención en los recién llegados con su típica sonrisa en los labios.

—Buenas tardes. Bienvenidos a la cafetería de la tía Eleanor. ¿En qué puedo ayudarlos?— recitó de memoria.

Honey usualmente no miraba a las personas durante mucho tiempo, pero fue imposible desviar la mirada cuando logró captar los rostros de quiénes habían entrado.

Eran dos hombres. Uno se veía como un hombre adulto mientras que el otro cargaba con un aire juvenil que desencajaba por completo con el traje caro que vestía. Lo único que tenían en común era el color de cabello oscuro y la tonalidad verdosa de sus ojos. Dejando eso de lado, su ropa era idéntica, y compartían la misma estructura gruesa.

Los ojos de Honey regresaron a la caja registradora cuando capturó la mirada del hombre más serio. Sacudió la cabeza, y concentró su atención en una mancha del suelo. Lo hacía siempre que empezaba a sentirse incómodo.

—¿Por favor, podría decirme su orden?

—Dos tazas de café. Un pastel de zanahoria y… — el más joven le sonrió con incomodidad a su acompañante.

—Tres raciones de brownies.

Honey no pudo evitar el escalofrío que viajó por su espalda al oír el tono grave en la voz del hombre. Internamente chillaba, pero se mantuvo tranquilo en el exterior.

—Bien. Eso es todo, lindura.

¿Qué? Honey nunca había sido el receptor de cumplidos o piropos, pero sí los había escuchado muchas veces, mayormente cuando iban dirigidos hacia Irina.

—Eh… m-muy bien. Pueden tomar asiento, yo les avisaré cuando su orden esté lista.

—Gracias, cariño — de nuevo el coqueteo discreto.

Honey simplemente lo ignoró. Tampoco prestó atención al cálido sonrojo que pasó por sus mejillas.

Luego de pasar la orden a Irina, se sentó a esperar. En un día normal, habría tres chicas y dos chicos atendiendo las mesas mientras Honey tomaba órdenes. Las trillizas Kara, Tara y Lara estaban retrasadas, al igual que los mellizos Chloe y Joey. Pensándolo mejor, tal vez la madre de los chicos había enfermado. Cuando sucedía, eran ellos quiénes se hacían cargo de la pobre mujer.

Honey suspiró al pensar en la señora Joy. De todas las personas que conocía, ninguna se había ganado su afecto tanto como esa amable mujer.

Alguien atrajo su atención. Alzando la mirada se encontró con el hombre de aspecto juvenil.

—¿Puedo ayudarlo con algo?

—¿Qué tal si me das tu número, precioso?

—¿¡Q-qué!? — su rostro se cubrió de un rubor feroz.

—Dame tu número.

—¿¡Eh!? ¿Q-q-qué?

—Tu número. Ahora.

Honey parpadeó varias veces, tratando de registrar las palabras del extraño en su ya alterada mente. No podía comprender por qué un hombre de tal atractivo tendría interés en alguien como él, un pelirrojo regordete que ni siquiera podía ver sus propios pies o hablar correctamente frente a personas atractivas.

Debía ser una broma. Sí, eso era. Honey no encontró otra explicación para las acciones del guapo hombre más que una broma extremadamente desagradable.

Con eso en mente, no se intimidó tanto.

—Eh, lo lamento pero por favor no haga bromas de ese tipo— sonrió con pánico mientras hablaba.

Como recurso improvisado, Honey se refugió en la pantalla de su monitor, repasando todos los mensajea importantes que había dejado la tía Eleanor.

Fue consciente del largo suspiro que soltó el extraño, pero se consoló pensando que aquello era solo a causa de que arruinaran su broma. Pasó un largo rato sin ser molestado por los únicos dos clientes de la cafetería, y aprovechó el tiempo libre para idear el menú del próximo día.

Era un tradición bastante extraña, pero la cafetería de la tía Eleanor la seguía con total dedicación. Cada trabajador tenía el poder de elegir el menú al menos una vez a la semana. Dado que eran cinco empleados en total, cada uno tenía un día asignado, y la tía Eleanor se encargaba de los fines de semana.

Honey, fiel a su nombre, siempre elegía platos que incluyeran miel. No lo hacía porque disfrutara el ingrediente, sino porque los otros tenían el tácito acuerdo de nunca elegir esos postres. Para bromear con él, se aseguraban de que siempre eligiera la miel como ingrediente principal del día. Ciertamente, debía hacerlo si no quería recibir quejas de los pocos clientes que sí disfrutaban la miel.

Por más raro que sonara, a él no le fascinaba la miel. De hecho, prefería casi cualquier otra cosa. A excepción de la piña; esa la odiaba.

Estaba pensando en ir a la cocina para revisar qué tal estaba Irina, pero oyó que alguien se acercaba a su diminuto puesto. Con un suspiro profundo, regreso su atención al frente. Sus ojos chocaron con los orbes esmeralda del hombre joven. Contó hasta tres antes de prestar atención a lo que decía.

—Dulzura, realmente me haría muy feliz que me dieras tu número.

—L-lo siento, pero ya le dije que…

—¡Vamos! Te aseguro que valdrá la pena.

—Perdón, es que…

—Anda, cariño. Te trataré bien.

El hombre se inclinó hacia Honey, causando que retrocediera de una manera muy torpe, derribando varios envases en su camino. Un quejido estresado salió de sus labios, tan fuerte que pudo escucharse en la cafetería.

Una silla fue deslizada con brusquedad, y cuando Honey pudo respirar correctamente de nuevo, se dió cuenta de que el otro hombre se había acercado para sujetar a su compañero. Honey le agradeció internamente, pues no confiaba en su propia voz al momento.

Los dos hombres intercambiaron palabras en voz baja, usando un tono apresurado. Mientras los observaba, Honey sintió que tal vez lo mejor sería dejarlos solos.

Eso hizo.

Chubby Boy.Where stories live. Discover now