52. Onomatopeya 9

49 15 16
                                    


Crack. Gabriel pisa una rama. Se rompe. La escucha por medio segundo y después ya no, porque Ana le está susurrando algo muy rápido. Suena con el mismo tono con el que diría insultos, así que eso debe ser, mezclado con un ahogado Gabriel, cálmate—

Es absurdo que ella le exija eso cuando aún no lo suelta y él no ha pedido más. Aún tiene sus dedos alrededor de su muñeca, y le está tomando el suéter, y sus nudillos se están enterrando de manera muy incómoda contra su hombro. Duele, muy distante. Gabriel se considera a sí mismo de manera casi tan distante como ese pequeño escozor: no puede soltarle los dedos porque el agarre de Ana es férreo, indeleble, y si lo sigue forzando acabará lastimándola.

Eso no es lo que quiere, pero tampoco puede volver—

Podría rogarle, piensa. Tirarse al suelo y rogarle que lo deje en paz. Quizás, si es suficientemente patético, a Ana se le ablande el corazón y decida dejarlo ser. Poco probable: si hace eso, Ana solo tendrá más razones para lastimosamente decirle consuelos ligeramente vacíos, un poco coloridos, y llamar a su madre.

Hay algo hilarante aquí, piensa Gabriel cuando Ana casi le pisa un pie. Hay algo histérico y algo sucio y algo terrible y otra cosa que se siente como que ya ha perdido, como que perdió tan pronto salió de su casa (¿y por qué sigue haciendo eso? ¿Qué quiere? Puede tomar un bus. No iba a llegar a ninguna parte caminando. Solo necesitaba un momento de conmiseración, un ticket a un lugar muy lejos, tan distante que todos se olviden de él y él igual pueda dejar de pensar en el hospital donde nació, la camilla sucia, la casa inexistente donde lo criaron hasta que se aburrieron de que nunca aprendiera las lecciones. Necesita dos minutos a solas con su cerebro, suficiente tiempo para desmenuzarlo y ordenarlo de regreso a cómo debería lucir, pero ¿cómo era eso? ¿Cuál era el orden de las partes? ¿Estuvo ordenado de verdad, alguna vez, o nació así o se pegó en la cabeza de niño o ha estado poseído por un demonio sin nombre? ¿Es así por diversión? ¿Quiere una vida interesante? ¿Excusas para todo el mal que pueda infligir? ¿Cómo sería una vida normal de persona normal? Flotar sin dificultades, y ahora es Gabriel Alexis Mendoza Gálvez, tiene dieciséis años, calificaciones perfectas, miles de amigos, practica deportes, es bueno para algún arte, nunca en su vida ha tartamudeado, quizás tiene una novia o un novio o cualquier ser vivo que lo quiera de manera más que la simpatía básica que se siente por las tortugas al revés en sus caparazones, tiene planes para el futuro: seré un abogado, un ingeniero, un profesor, un policía, alguien que valga la pena y que no sea yo. Es Gabriel y jamás le tiene miedo a nada. Es Gabriel y puede ver el futuro y es absolutamente precioso, un foco de luz que lo dejará ciego y disfrutará cada momento en que sus ojos se derritan en sus cuencas. Existe, eso es lo más importante, él y su futuro, la persona que algún día será, el hombre en el que se convertirá y de quien deberá enorgullecerse porque ha superado todas estas dificultades, ja-ja, mentira, las dificultades no estuvieron ahí en primer lugar porque si fuera normal nunca habría acabado oculto debajo de una cama.

Habría sido una vida muy monótona, pero muy, muy feliz. Y tal vez Gabriel no sería quién es ahora, pero sería feliz. Tal vez estaría en los zapatos de Julián, pero sería feliz. Tal vez sería Ana o Enzo o Marcela y estaría muy contento en esa existencia, plácido y mirando los años pasar. Pero, y es un pero muy grande y que Gabriel tarda un segundo de más en tragar: es mentira. Habrían ocurrido otras cosas. Su papá seguiría siendo igual y él se ocurriría también, como una tragedia inexorable.

Le gusta pensarlo, imaginarlo: ahora se llama Gabriel y no está demente y es valiente y todo es perfecto y no está aquí).

Crack. No está seguro de que fue ese ruido. Ana aún no se calla. Su celular ya no está en su mano, sino que en el suelo, perdido en la oscuridad y el césped mojado. A pesar de eso, Ana aún no lo deja ir, no lo dejará ir, y la certeza del pensamiento lo aterra porque tampoco hay fuerza en el mundo que tenga argumento para hacerlo volver a casa. Aun si quisiera, aun si le aseguraran que todo estará bien, que ahora todo sí será diferente, ya no tiene mucho significado: lo espera la camilla de un hospital o—o algo peor. Está siendo ridículo. Está bien. Cada vez que intenta actuar como la gente normal, todo acaba un poco peor que antes, así que puede ser momento de solo aceptar que está loco, nació loco, morirá loco, tenían razón, ahora todos pueden dejarlo ser. No los molestará más.

Cómo (no) morir después de quemar un bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora