Capítulo siete: Dulces, dulces mentiras.

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Leona irguió su espalda al aproximarse más al inicio del pueblo. Su alrededor se vio rodeado de gárgolas de culto y un altar al final. No lo recordaba así. Todo parecía en orden, hasta que llegó al inicio del puente arcado, donde pudo apreciar lo que sus hombres le habían notificado.

Las defensas del portal lunar eran el doble y los muros, en su totalidad, enaltecían recubiertos de protección mágica. Se miraron unos a otros al verla llegar con clara confusión en sus rostros. Tres de los diez custodios alzaron sus antorchas y uno de ellos dio paso al frente con una lanza curva en mano. Lo miró. Tan distintos de los Solari.

— ¿Quién sois y a qué habéis venido? El paso está cerrado. — Preguntó el hombre, demasiado alto para su gusto, pero entendió que era para que los demás estuvieran atentos.

Dejó de prestarle atención para mirar a los demás. Sonrió para sus adentros cuando se encogieron en su lugar.

— ¡Soy la primera línea de la defensa y adalid de la milicia Solari! ¡Así como dirigente Ra'Horak! — Anunció. Pronto, los demás parecían más intrincados que al inicio. — Vengo en paz. Sin tropas y sin intenciones de amenaza. ¡Exijo parlamentar con vuestra cabecilla!

El hombre le clavó la mirada, tranquilo y firme. Plantó su arma en el suelo y le dijo a otro que se acercara.

— ¿Cuál es vuestro nombre, general? — Habló de soslayo.

Apretó el agarre de sus riendas, sobresaltando al animal.

— Leona Rakkor.

Seguido de informarle, de su armadura alcanzó un pergamino. El hombre reconoció de inmediato el dije que pendía de él y lo tomó con sorpresa. Desenvolvió el mensaje y lo leyó cuidadosamente. Repuso su vista en ella después de haberlo cerrado.

— Traed a la dama. Avisad que su visita ha llegado. — Avisó y el joven corrió hacia los adentros. — Por favor, general Leona, permítame la rienda.

Asintió y dejó que la tomara. El portal doble extendió sus puertas hacia el interior y tuvo que cubrirse un poco más con su túnica. Algunas cosas nunca cambian, como la temperatura húmeda y fría del templo Lunari. Solo esperaba con paciencia que no lloviera. No, era poco, esperaba que no le salpicara ni una sola gota de agua porque se enterraría en el jardín más cercano.

Cómo detestaba el frío.

Quizás debía relajarse, la tensión solo provocaba que sus músculos se atrancaran de manera dolorosa, hasta tuvo que masajearse el cuello un poco. Aunque eso último fue en busca de proporcionarse algo de calor. Su entorno atrapó algo de sonido, que iba escalando conforme más avanzaba. Exploró su alrededor, dándose cuenta de que habían varios habitantes mirándola con algo de sorpresa y desconcierto. Sonrió, no por cortesía, sino por nerviosismo y algunos, tanto hombres como mujeres, le devolvieron la sonrisa.

Reconoció que eran todos poco convencionales a su criterio; rubios, pálidos, algunos tatuados hasta el cuello. Algunas mujeres inclusive lucían matices a través de sus ojos. Todos siempre curvos y prolijos. No lo recordaba así. Nada de lo que recordaba era como es ahora.

Un hombre llegó al poco tiempo, acariciando la crin de su yegua. Frunció el ceño por la acción, pero se sorprendió de que el animal no hubiera encabritado.

— Hermosa yegua. Se ve joven.

— Lo es.

Jaló las riendas un poco, retrocediendo. El hombre sonrió. Pudo notar que llevaba gala ceremonial y que la seguía mirando con una curiosidad intimidante. Se dirigió al guía momentos después y pudo respirar de nuevo.

Cenizas de la Luna. [Diana/Leona]Where stories live. Discover now