05 | Soy youtuber

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05 | Soy youtuber.

Liam

Acabamos yéndonos de la cafetería sin haber tomado nada. Después de verme sacarme fotos con esas chicas, el resto de clientes no nos quitan el ojo de encima. Es evidente que Maia no está tan familiarizada con llamar la atención como yo, porque se cruza de brazos, incómoda, hasta que no lo aguanto más y le sugiero que nos marchemos. Ella no rechista.

La dejo esperándome en el coche y me encierro con pestillo en el baño de la cafetería. Apoyo las manos sobre el lavabo y me miro al espejo. Espero que ninguna de las fotos de hoy salga a la luz, porque tengo peor aspecto del que pensaba. Mi ropa está arrugada y tengo el pelo enredado y unas marcas moradas bajo los ojos que dejan entrever la noche de mierda que tuve ayer.

Me lavo la cara e intento peinarme los rizos con los dedos. No puedo esperar a llegar a casa y cambiarme de ropa. Seguro que apesto a alcohol. Me echo un último vistazo para comprobar que, dentro de lo que cabe, estoy decente, y después me pongo la capucha y salgo del baño. Mantengo la cabeza gacha hasta que estoy fuera del local.

Una parte de mí temía que Maia hubiera aprovechado esta oportunidad para marcharse y dejarme aquí tirado, pero el coche sigue justo donde lo dejamos.

No me molesto en preguntarle si quiere conducir, porque ya se ha acomodado en el asiento del copiloto. Arranco el motor, salimos del área de servicio y entramos en la autopista. Maia no deja de mirarme de reojo. Imagino que piensa que no me doy cuenta, pero es bastante descarada. Antes no he respondido a su pregunta y seguro que eso no ha hecho más que aumentar su curiosidad. No sé por qué no le he dicho a qué me dedico y ya está. ¿No era eso lo que quería? ¿Que supiera quién es Liam Harper?

Tampoco entiendo por qué me gusta tanto saber que he despertado su interés.

Sin embargo, aunque es lo que cualquiera habría hecho en su lugar, no insiste ni me acribilla a preguntas. De hecho, nos pasamos los siguientes quince minutos en silencio, hasta que enciende la radio y comienza a sonar una canción de una banda que no conozco. No acostumbro a escuchar este tipo de música, pero no está mal.

Maia canturrea distraída mientras observa el paisaje y yo tengo que esforzarme por seguir pendiente de la carretera.

—Son buenos —comento para romper el silencio.

—Lo sé. Son mi banda musical de la semana.

Junto las cejas. ¿Por qué sonrío?

—¿Cómo?

—Busco una nueva todas las semanas y escucho su música durante siete días. Así es como he descubierto a muchos de mis artistas favoritos. —La miro de reojo y, cuando se da cuenta, se reacomoda en el asiento, nerviosa—. Suena tonto, pero me ayuda a inspirarme para escribir.

No creo que suene tonto. Más bien, me parece una técnica curiosa que quizá pondré en práctica en un futuro, pero evito decírselo.

—¿Qué escribes? —pregunto en su lugar.

—No es nada serio. Escribo textos de vez en cuando, pero no son nada del otro mundo. Solo lo hago cuando necesito desahogarme. Por ahí dicen que es malo guardarse las cosas para uno mismo.

Cuando termina, aprieta los labios y mira hacia otra parte, como si creyera que ha hablado demasiado. Espero que me dé más detalles; me parece un tema interesante y no me importaría seguir escuchándola, pero ha vuelto a cerrarse en banda.

—Guay —respondo, porque no se me ocurre nada más.

—Sí, supongo.

Estoy cansado de forzar temas de conversación. Conduzco en silencio durante lo que me parecen décadas.

Hasta que nos quedemos sin estrellas |  EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora